El mundo contra Dominicana

Imaginemos que soy detective y que algunas naciones me solicitan investigar sobre una planetaria acusación: los dominicanos atropellan y tratan como esclavos a los haitianos. Supongamos también que para el estudio de la famosa sentencia del Tribunal&#82

Imaginemos que soy detective y que algunas naciones me solicitan investigar sobre una planetaria acusación: los dominicanos atropellan y tratan como esclavos a los haitianos. Supongamos también que para el estudio de la famosa sentencia del Tribunal Constitucional, contratan a varias ONG, lo que sería otro caso.

Me dirijo a la República Dominicana. Alquilo una pequeña casa en un sector de clase media. Enfrente construyen apartamentos. La mano de obra es haitiana. Son más o menos felices. Están mejor que cientos de miles de dominicanos que carecen de empleo.

Al lado de mi temporal hogar, un haitiano cuida un negocio por las noches. El vecino me dice que apenas lo conoce, pero que nunca ha tenido problemas con él, que es un trabajador honesto. Pero eso podía ser casualidad. El universo no podía equivocarse: los dominicanos odian a los haitianos.

Recorro la ciudad. En las calles esperaba contemplar a los dominicanos llenos de rencor, persiguiendo a los haitianos, lanzándoles piedras, humillándolos,  y que no les permitirían ni siquiera caminar libremente por las calles y mucho menos entrar a lugares exclusivos para dominicanos. Buscaba pruebas del apartheid caribeño.

La realidad era distinta. Admiré la forma en que se relacionaban los ciudadanos de ambos pueblos. Y hacían negocios, y vivían en armonía, y se encontraban en los colmados, en el transporte público, en las esquinas, donde vendían alimentos… Luego fui al campo. Lo mismo. Dominicanos y haitianos compartían todo, especialmente la sonrisa noble y la miseria. Disfrutaban la bachata y a Palito de Coco. Se mezclaban y formaban hogares.

Me dirigí a la frontera, y allí, la verdad, si no fuera por el idioma y ciertos rasgos en la piel, no sabría distinguir quiénes eran unos y otros. Era como una familia grande, donde todos se entendían. Me extrañó que en los casos de violencia rara vez se enfrentaban dominicanos y haitianos. Reinaba la paz entre todos. Se trataban con respeto y confianza. Confieso que nunca había visto dos pueblos tan diferentes manteniendo una relación tan normal. En Asia o Africa habría una guerra constante.

Luego leí que los haitianos ilegales tienen los mismos derechos laborales que los dominicanos (lo que no ocurre en varios países ricos), que hay miles de sus ciudadanos estudiando en las universidades dominicanas (la mayoría con excelente comportamiento), que reciben gratuitamente atenciones médicas, que se benefician de los comedores económicos…

Conclusión de mi investigación: “En el mundo no entienden lo que sucede aquí. En Haití la única vía de escape es la República Dominicana, otro país pobre. Si hay problemas, la culpa sólo será de quienes dejaron abandonado al pueblo haitiano y ahora injustamente culpan de la situación a los dominicanos”.

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