El muro del fracaso

El mundo celebró, el pasado domingo, la caída del Muro de Berlín, la mole de cemento armado que dividió las dos repúblicas alemanas durante décadas, y cuyo desplome aceleró el desmonte del bloque socialista.Las 289 torres con guardias…

El mundo celebró, el pasado domingo, la caída del Muro de Berlín, la mole de cemento armado que dividió las dos repúblicas alemanas durante décadas, y cuyo desplome aceleró el desmonte del bloque socialista.

Las 289 torres con guardias armados, 131 búnkeres y 272 áreas con perros entrenados para matar, dejaron un saldo de 136 muertos desde que el joven Peter Fechter intentó cruzarlo en 1962, cayendo abatido de varios disparos y muriendo tras agonizar varias horas sin que soldados de uno u otro lado lo socorrieran.

La caída del muro, en 1989, fue el resultado de la reacción popular ante la noticia de que el gobierno comunista de la República Democrática Alemana (RDA) flexibilizaría los permisos para abandonar esa nación, menos desarrollada que su vecina y que el resto de las democracias europeas. Miles de ciudadanos de uno y otro lado de Berlín se abalanzaron ese mismo día sobre el muro e iniciaron su destrucción con martillos, mandarrias y cualquier objeto pesado que pudiera mellarlo.

Lo que ese acontecimiento significó fue el desplome de un sistema político que, en nombre de una supuesta revolución proletaria, sometió a cientos de millones de personas a las más férreas dictaduras, negándoles desde el derecho a la libertad ambulatoria hasta la libertad de expresar sus ideas.

Decenas de millones de personas fueron asesinadas por las colectivizaciones forzosas de Stalin, durante la revolución cultural china y por la dictadura de Pol Pot y sus “jemeres rojos”, que torturaron y asesinaron a un tercio de la población de Camboya.

El “socialismo real” –como terminaron llamándole a las dictaduras marxistas del siglo XX- demostró ser un sistema completamente ineficiente desde el punto de vista económico, y socialmente despiadado, porque se vertebró sobre un “humanismo trunco”, que sólo reconocía el carácter social (más bien clasista) del ser humano, negando su condición de individuo, persona e, incluso, de “ser peregrino de lo absoluto”.

El Muro de Berlín quiso ocultar el fracaso del socialismo de la RDA a sus vecinos occidentales, pero la condición de ser libre que caracteriza al hombre y a los pueblos terminó por derribar ese sistema que la negaba, no sólo en la praxis, sino en su propia ideología.

La caída de ese muro es una muestra de que los muchos otros que dividen a los hombres – sobre todo los que han construido el miedo y la mentira-, correrán algún día la misma suerte, no importa qué tan reforzado sea su concreto. La libertad y la verdad llevan la cuenta de sus días.

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