Ney Díaz Henríquez, la audacia del genio

A grandes pasos se le acercó la muerte. Siempre permanecía despierto y su vida se iba acabando como en un sueño continuo, mientras decía cosas extrañas, con voz que parecía silencio. Imposible no asociarlo a Rimbaud, porque en ambos la vida…

A grandes pasos se le acercó la muerte. Siempre permanecía despierto y su vida se iba acabando como en un sueño continuo, mientras decía cosas extrañas, con voz que parecía silencio. Imposible no asociarlo a Rimbaud, porque en ambos la vida parecía un largo, inmenso e irracional desarreglo de todos los sentidos. Ney Díaz Henríquez parecía contar sus sueños de la noche anterior o su última alucinación caminando por la calle Padre Billini. Una vida corta y una corta producción artística, aunque ya es un icono de la bohemia de la Zona Colonial y del arte dominicano. Ney Díaz Henríquez, Ney DiazH como firmaba algunas de sus obras, era un ser casi inmaterial. Su pensamiento y sensibilidad se escapaban a su pesar, dejándolo muchas veces a merced de cualquier miembro de los “cuerpos del orden”, o sea, a merced de una realidad horrible.
Decía Rimbaud que el poeta debe hacerse vidente a través de un razonado desarreglo de los sentidos, para registrar lo inefable, y para ello “es precisa una alquimia verbal que, nacida de una alucinación de los sentidos, se exprese como alucinación de las palabras”; y que «esas invenciones verbales tendrán el poder de cambiar la vida.”

La obra pictórica de Ney es una especie de expresionismo dramático. Hombres de saco y corbata con caras de perros, mujeres enigmáticas en verde, o rostros macilentos sin mucha definición de rasgos. Figuras que nos hacen cercanos a la angustia de vivir en tiempo y lugar equivocados. Obras enérgicas, de gran dramatismo, de contornos muy marcados, muy propio del mejor expresionismo. Colorido extraño y cierta violencia contenida. El uso indistinto de casi todos los colores, y una ligera predilección por los tonos rosados, el negro y el verde, hacen de su paleta una fuente donde iba a beber sin muchos miramientos. Max Beckmann y Francis Bacon podrían ser referencias culturales cuando miramos las obras de Ney Díaz, pero vemos que su mirada es una mirada propia porque su estilo de vida y sus ideas tenían que llegar irremediablemente a esas formas, fondos, y composición pictóricas. Todo era audacia en su andar en el arte; desde performances caseros, graffitis, hasta sus pintorescos vestuarios con botas militares incluidas.

Su muerte o asesinato está flotando entre quienes merodeamos o vivimos la Ciudad Colonial de Santo Domingo. “Temprano está rodando por el suelo, temprano madrugó la madrugada…”. Algo atroz, estúpido, se lo llevó en tiempo y lugar raros. Ney no debió haber muerto así, ni tan joven. Pero así es la vida, que es como es y no como queremos que sea. La biografía de un autor no es su obra. El absurdo lo traga todo.

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