Lo escribió Santiago Ramón y Cajal: “¿Alardeas de carecer de enemigos? Veo que te calumnias. ¿Es que jamás a nadie dijiste la verdad ni realizaste un acto de justicia?”. Pidamos a Dios que nos conceda valor para enfrentar la verdad y fuerzas para realizar actos justos.La verdad con frecuencia duele y no todos están preparados para recibirla. La verdad atormenta a veces de tal modo, que muchos eligen no conocerla por su propia voluntad y huyen cuando alguien pretende decirla o se hacen los ciegos cuando les llega de forma escrita.
Hay quienes prefieren el embuste, porque para ellos no mortifica tanto como la verdad, esa palabra no apta para corazones marchitos que olvidaron los latidos de la dignidad y la gallardía. El cobarde es un reflejo de la falsedad y le teme hasta a lo evidente.
Por otro lado, los actos de justicia, en el humano mediocre de espíritu, provocan más reprobación que aplausos. Algunos piensan que detrás de las acciones justas hay malas intenciones. Parece que los hombres y las mujeres de bien pierden crédito en una sociedad que adapta los valores morales a las no siempre positivas conveniencias particulares.
En nuestro caminar, expresemos nuestras convicciones con valentía, aunque duela y aunque estemos equivocados sin saberlo. Pronunciémonos de manera libre y soberana, que es un noble medio para hacer actos de justicia. Y es que resulta absurdamente cómodo actuar sin conciencia de lo que sucede, apenas valorando en nuestro interior un instinto de sobrevivencia semejante al del animal.
Baltasar Gracián, casi mi autor favorito, escribió que es tan difícil decir la verdad como ocultarla. Y, caramba, en sociedades donde en múltiples sectores impera el disfraz y ciertos comportamientos de avestruz, catalogamos a veces de osados o ilusos a aquellos que tienen a la verdad como guía y estímulo para vivir.
¡Ay! Me apenan esos infelices que carecen de vida, de pasión, de ego sano, que se van por las ramas, que aman lo superficial, que no tocan el fondo, que huyen de la realidad, que se venden para que el poder no los destruya, que se adaptan a lo que les permita estar en el juego, aunque todo esto convierta su honor en una piñata, donde hasta los niños le entren a palos.
“Verdad”. Esa palabra tiene peso. Hay que ser un gigante moral para pronunciarla. No todos tienen la fuerza de levantarla y llevarla orgullosos en sus hombros y exhibirla como un trofeo. Y la verdad es que la “verdad” tarde o temprano resplandece, íntegra, audaz, potente, feliz, mirando desde las alturas a los insignificantes que quedaron intactos en el fango, atrapados eternamente entre la mentira y lo indebido.