Introducción:

La primera y mejor escuela de un cristiano para aprender a orar siempre será el Libro de los Libros, la Biblia.

En primer lugar,  valoramos la mirada hacia las enseñanzas de Jesucristo sobre la oración y su misma práctica y ejemplo. Basta recordar la escena traída en Lucas 11, 1-2: “Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos» El les dijo entonces: «Cuando oren, digan:… ”; y les indicó a continuación las siete peticiones del Padre Nuestro que, al decir de San Agustín ya en el siglo V, resumen todos los contenidos de oración que se puedan hacer a Dios con otras palabras diversas.

Inmediatamente hay que traer a colación el Libro de los Salmos, texto único y excepcional para la oración en las más diversas circunstancias, tiempos o épocas.  Es indiscutible que el Salmista es un gran maestro para aprender a orar.

Agreguemos a ello las enseñanzas, las oraciones y las prácticas de los hombres y mujeres bíblicos sobre este tema clave de la  relación ser humano-Dios.  Piénsese, por ejemplo, en el Magnificat de la Virgen María (Lucas 1, 47-55), el Canto de Benedictus de Zacarías (Lucas 1, 67-79) o la oración pidiendo la sabiduría (Libro de la Sabiduría, 9,1-12); y con ellos decenas de ejemplos más.

Junto a la “oración bíblica” encontramos también otros tantos ejemplos de oración, correspondientes a los tiempos post-bíblicos, que se pueden poner igualmente, como modelos para aprender a orar.  Un dato interesante es el siguiente:  estas oraciones, más antiguas o más modernas, no contradicen en nada los contenidos bíblicos.  Más aún, siguiendo la orientación de San Agustín, arriba citada, cada uno es una especie de explanación de alguna de las siete peticiones del Padre Nuestro.

En este trabajo deseo, precisamente, presentar algunos textos de oraciones, algunos de ellos muy conocidos y populares,  que muestran  cómo el Espíritu Santo sigue, a través de los siglos, alentando la oración y enseñando sobre ella con palabras nuevas o viejas, en consonancia siempre con la oración bíblica.

1. SIGLO I

Ya en el siglo I, inmediatamente después de los Apóstoles, en la Didajé, un escrito que recoge las prácticas de las nacientes comunidades cristianas, encontramos esta oración de acción de gracias para después de la comunión eucarística:

“Te damos gracias, Padre santo, por tu santo nombre que hiciste morar en nuestros corazones, y por el conocimiento  y la fe y la inmortalidad que nos diste a conocer por  medio de Jesús, tu Siervo.  A ti sea la gloria por los siglos.
 
Tú, Señor omnipotente, creaste todas las cosas por causa de tu nombre y diste a los hombres comida y bebida para que disfrutaran de ellas.  Pero, además, nos has proporcionado una comida y bebida espiritual y una vida eterna por medio de su Siervo.  Ante todo, te damos gracias porque eres poderoso.  A ti sea la gloria por los siglos.

Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal y hacerla perfecta en tu amor, y congrégala de los cuatro vientos, ya santifícala, en el reino que has preparado para ella.  Porque tuyo es el poder y la gloria por siempre.

Que venga tu gracia y que pase este mundo.  ¡Hosanna al Dios de David!  El que sea santo, que se acerque.  El que no lo sea, que se arrepienta.  Marana tha (Ven, Señor Jesús). Amén”.

2. SIGLO II

Este trabajo no busca ser una recopilación exhaustiva, siglo tras siglo, de los cientos de miles de textos de oración de la historia del cristianismo, sino que trato de ofrecer algunos ejemplos de diferentes autores en diversas épocas.
Así, me parece interesante traer a colación la siguiente oración a la Virgen María, que data del siglo II, siendo, por tanto, la más antigua conocida, dirigida a la Madre de Jesús.  Era rezada ya por los primeros cristianos y su autor es anónimo.  Hela aquí:

“Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita”.

Rezada todavía hoy  por los cristianos la oración “Bajo tu amparo”, sin embargo, la más repetida y popular es el Ave María, compuesta de versículos bíblicos textuales y una petición de intercesión muy concreta:

“Dios te salve María, llena eres de Gracia, El Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. 

Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.

3. EL TEDEUM (A TI DIOS)

Texto  muy usado para la Acción de Gracias en la Iglesia universal y muy unido  a las celebraciones  patrias dominicanas desde la misma mañana  del 27 de febrero de 1844, cuando Mella y los Trinitarios acudieron al Arzobispo Portes para que lo entonaron a esa hora en la Catedral.

Su autor es  San Ambrosio,  Obispo de Milán, y se remonta al siglo IV.

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos, a ti nuestra alabanza, a ti, Padre del cielo, te aclama la creación. Postrados ante ti, los ángeles te adoran Y cantan sin cesar: Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo; llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles, la multitud de los profetas te enaltece, y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti Iglesia santa, por todos los confines extendida, con júbilo te adora y canta tu grandeza:

Padre, infinitamente santo, Hijo eterno, unigénito de Dios, Santo Espíritu de amor y de consuelo. Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria, Tú el Hijo y Palabra del Padre, tú el Rey de toda la creación.

Tú para salvar al hombre, tomaste la condición de esclavo en el seno de una virgen.

Tú destruiste la muerte y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.  Tú vives ahora, Inmortal y glorioso, en el reino del Padre.

Tú vendrás algún día, como juez universal. Múestrate, pues, amigo y defensor de los hombres que salvaste. Y recíbelos por siempre allá en tu reino, con tus santos y elegidos.

4. ORACIÓN DE LA PAZ

Su autor: San Francisco de Asís, siglo XII. “Señor: Hazme un instrumento de tu paz, que donde quiera que haya odio, siembre yo amor. Donde haya injuria, perdón. Donde haya duda, fe. Donde haya desesperación, esperanza. Donde haya oscuridad, luz. Donde haya tristeza, alegría. Oh Divino Maestro, concédeme que no busque ser consolado, sino consolar. Que no busque ser comprendido, sino comprender. Que no busque ser amado, sino amar. Porque dando recibo, perdonando es como tú me perdonas y muriendo en ti, nazco a la vida eterna. Amén”.

5. ALMA DE CRISTO

Su autor:  San Ignacio de Loyola, siglo XVI. “Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame
¡Oh buen Jesús, óyeme!
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del enemigo malo defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos Te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén”.

6. PADRE, ME PONGO EN TUS MANOS

Su autor: el Beato Charles de Foucauld, siglo XX. “Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy gracias, estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí. No deseo nada más, te confío ni alma, te la doy con todo el amor del que soy capaz. Porque te amo y necesito darme, ponerme en tus manos porque eres mi padre”.

CONCLUSIÓN:
Certifico: que los textos traídos en mi artículo “Oraciones para aprender a orar” responden a las versiones originales o son traducciones fidedignas.

Doy fe, en Santiago de los Caballeros a los 12 días de noviembre del año 2011.

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