Por razones estratégicas, en el proceso electoral del 2008, Miguel Vargas, entonces candidato presidencial del PRD, no quería que Hipólito Mejía participara en su campaña electoral. Sus asesores y su sentido común le decían que no le convenía. Vargas vendía la idea de un “nuevo PRD”, y buscaba desvincularse del denominado PPH.
Se quería quitar de encima el olor a Hipólito y las huellas de la gestión que este encabezó. En ese período gubernamental, Vargas estuvo al frente de la entonces Secretaría de Obras Públicas y de ahí salió con muy buena imagen, pero la crisis que afectó al país durante los dos últimos años de la administración perredeísta era un “handicap” para cualquier candidato de ese grupo político, sobre todo si había ocupado posiciones relevantes. Si quería competir con posibilidades, Vargas debía separarse de todo lo que significaba esa gestión, o por lo menos, intentarlo.
Eso es tan cierto, que en su campaña, el PLD se esforzó por asociar a Vargas con Mejía. En ese tiempo, Miguel entendía, y con razón, que con amigos como Hipólito,no iba a necesitar enemigos…
Y así fue…
Nadie va a estar donde no lo quieren, por lo que el hiperactivo Hipólito se abstuvo de participar en esa campaña. Sacó la cabeza al final, asistiendo a algunas actividades puntuales.
Fue en ese tiempo cuando, para reforzar los equipos de campaña del PRD, se inventaron los “padrinos provinciales” y al expresidente le tocó apadrinar San Cristóbal. Mejía fue recibido con euforia en esa demarcación, donde encabezó algunos actos de masa.
También participó en la caravana de cierre de campaña, aunque no en el mismo vehículo de su antiguo pupilo. Ese proceso probablemente marcó el inicio de un período de relaciones tensas entre Hipólito y Miguel. Con lo que ocurrió después, las cosas empeoraron.
Los procesos del 2010 y el 12 también tienen sus historias. En resumen, se trata de una relación de amor y odio, con más de lo segundo que de lo primero…
