Para refrescar el ambiente

A menudo sucede que a falta de temas, por la obligación de hacerlo a diario, esporádicamente escribo sobre ópera, una de mis pasiones. Por tal razón, muchos lectores podrían llegar a la errónea conclusión de que soy o me considero un experto…

Para refrescar el ambiente

A diferencia de las obras literarias, las composiciones musicales clásicas suelen numerarse conforme son escritas, aunque no siempre los autores lo hacían y muchas famosas obras, incluyendo las de algunos de los más grandes maestros, se numeraron&#8230

Para refrescar el ambiente

A diferencia de las obras literarias, las composiciones musicales clásicas suelen numerarse conforme  son escritas, aunque no siempre los autores lo hacían y muchas famosas obras, incluyendo las de algunos de los más grandes maestros, se numeraron &#

A menudo sucede que a falta de temas, por la obligación de hacerlo a diario, esporádicamente escribo sobre ópera, una de mis pasiones. Por tal razón, muchos lectores podrían llegar a la errónea conclusión de que soy o me considero un experto en el tema. La verdad es que lo hago desde mi perspectiva de lego en la materia sólo por el deleite que me produce y para refrescar un poco el ambiente, caldeado por el fanatismo político. Por esa única razón complazco muy brevemente, por razones de espacio, a un amable lector interesado en saber mi opinión acerca de dos grandes tenores mexicanos: Rolando Villazón y Ramón Vargas.

Aunque tuvo problemas con un quiste en sus cuerdas vocales que le obligaron a cancelar muchos compromisos dos veces años atrás y someterse a una operación, Villazón es sin duda uno de los tenores líricos más celebrados de la actualidad. Y probablemente, además, uno de los más grandes intérpretes del repertorio barroco. Sus actuaciones con la soprano Anna Netrebko en diferentes escenarios han merecido los más cálidos elogios de la crítica catalogándolos como “la pareja estelar de la ópera”, con una excepcional compenetración sólo comparable a las que se dieron con Luciano Pavarotti y Joan Sutherland y las inolvidables apariciones de María Callas y Giuseppe Di Stefano y la misma Callas con el sueco Jussi Bjorling, a mediados del siglo pasado.

Vargas es considerado como una de las mejores voces operísticas de los últimos años, por su extraordinario equilibrio en cuanto a belleza y técnica y su inmenso repertorio que incluye más de 50 óperas, destacándose por su elegante ejecución y su excepcional versatilidad de adaptación a papeles que van desde el belcanto a la tradición romántica. Ambos, por su edad, Villazón con apenas poco más de 40 años, y Vargas con 56, deberán continuar brillando por largo tiempo en los escenarios más exigentes del mundo lírico.

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A diferencia de las obras literarias, las composiciones musicales clásicas suelen numerarse conforme son escritas, aunque no siempre los autores lo hacían y muchas famosas obras, incluyendo las de algunos de los más grandes maestros, se numeraron después de muertos. Por lo regular, la numeración dada a una composición se hace de forma cronológica. La palabra utilizada para esa catalogación es opus, práctica conocida desde el siglo XVII, según se ha comprobado a través de numerosos estudios. En el caso particular de las obras enumeradas después del fallecimiento del autor, la numeración se hacía de la manera siguiente op.posth, para dar a entender que se trata de una obra publicada póstumamente, como han sido los casos de algunos compositores clásicos y barrocos.

Sin embargo, ha habido muchas excepciones. Una muy conocida es la del genial Juan Sebastián Bach, quien nunca enumeró sus obras y se sabe de otros ilustres compositores, como es el caso de Mozart, en los que la numeración no se hacía de forma ritual ni cronológica. Existen otros ejemplos en los que el número correspondió a trabajos e investigaciones del editor que publicaba las composiciones. La numeración ha permitido en muchos casos entender la evolución y los cambios de muchos autores importantes, como por ejemplo la forma en que circunstancias ajenas a su control y otras propias de su temperamento determinaron el contenido de su producción y la época en que fueron concebidas y concluidas.

También es muy conocido en los ambientes clásicos la situación derivada de la muy difundida práctica de la catalogación póstuma, que solía generar mucha confusión en el estudio de algunos de los más brillantes compositores, dado el hecho de que distintos editores daban diferentes numeraciones a algunas de sus partituras más famosas, lo cual sucedió con Bach y otros de los más grandes de su tiempo.

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A diferencia de las obras literarias, las composiciones musicales clásicas suelen numerarse conforme  son escritas, aunque no siempre los autores lo hacían y muchas famosas obras, incluyendo las de algunos de los más grandes maestros, se numeraron  después de muertos. Por lo regular, la numeración dada a una composición se hace de forma cronológica. La palabra utilizada para esa catalogación es opus, práctica conocida desde el siglo XVII, según se ha comprobado a través de numerosos estudios. En el caso particular de las obras enumeradas después del fallecimiento del autor, la numeración se hacía de la manera siguiente op.posth, para dar a entender que se trata de una obra publicada póstumamente, como han sido los casos de algunos compositores clásicos y barrocos.

Sin embargo, ha habido muchas excepciones. Una muy conocida es la del genial  Juan Sebastián Bach, quien nunca enumeró sus obras y se sabe de otros ilustres compositores, como es el caso de Mozart, en los que la numeración no se hacía de forma ritual ni cronológica. Existen otros ejemplos en los que el número correspondió a trabajos e investigaciones del editor que publicaba las composiciones. La numeración ha permitido en muchos casos entender la evolución y los cambios de muchos autores importantes, como por ejemplo la forma en que circunstancias ajenas a su control y otras propias de su temperamento determinaron el contenido de su producción y la época  en que fueron concebidas y concluidas. También es muy conocido en los ambientes clásicos la situación derivada de la muy difundida práctica de la catalogación póstuma, que solía generar mucha confusión en el estudio de algunos de los más brillantes compositores, dado el hecho de que distintos editores daban diferentes numeraciones a algunas de sus partituras más famosas, lo cual sucedió con Bach y otros de los más grandes de su tiempo.

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