La parábola del hijo pródigo

Durante el fructífero e impactante tiempo ministerial de Jesús en la tierra, una de las características principales de su forma de enseñar era que lo hacía con su propio ejemplo. Jesús era el modelo de todo lo que enseñaba. Fue modelo de humildad,&

Durante el fructífero e impactante tiempo ministerial de Jesús en la tierra, una de las características principales de su forma de enseñar era que lo hacía con su propio ejemplo. Jesús era el modelo de todo lo que enseñaba. Fue modelo de humildad, de servicio, de entrega por los demás, de perdón, de honra al padre y a los demás, en fin, Jesús le daba una enseñanza a sus discípulos o al pueblo que le seguía, y esa enseñanza era modelada día a día con su práctica cotidiana.

Otra de las características de la forma de enseñanzas de Jesús era que se basaba en parábolas, que son figuras literarias que utilizan imágenes o comparaciones que nos ayudan a razonar y nos dan una especie de intuición en la que prevalece el sentido espiritual. Es una enseñanza simple, sin retórica filosófica, cuya finalidad es una verdad espiritual. Jesús enseñó en base a parábolas que eran comprendidas de manera sencilla por todo el mundo.

Una de las parábolas más conocidas de Jesús es la del hijo pródigo, la cual está narrada en el capítulo 15 de Lucas, versículos del 11 al 32. Esa parábola narra la historia de un padre rico con dos hijos y uno de ellos, el más joven, decide pedirle la herencia a su padre y se va bien lejos de la casa a malgastarla en juegos, prostitutas y amigos. Cuando ese hijo bota todo el dinero, se ve pobre y pasando hambre. Cuando toca fondo, decide perder la vergüenza y vuelve a su hogar pidiendo perdón por lo sucedido. El padre, con amor y humildad, recibe a su hijo con el corazón alegre y hace una gran fiesta, manda a preparar el mejor cerdo y un suculento manjar, para celebrar su retorno.

El hijo mayor al ver esto, siente envidia y le increpa a su padre que cómo es capaz de hacer esa gran celebración e incluso “sacrificar el mejor cerdo”, por un hijo irresponsable que se había ido, mientras nunca le había dado a él, que se quedó siempre en la casa, ni siquiera “una cabra pequeña”. Y el padre, con ese enorme corazón lleno de amor, le dice a su hijo mayor que todo lo que hay en la casa siempre ha sido de él.

En esta parábolas existen tres grandes enseñanzas: Una del padre amoroso, otra del hijo arrepentido y una última y muy importante, del hijo que se quedó en la casa. El padre nos enseña la capacidad de perdonar y amar sin límites, y sin importar lo que suceda. En vez de odiar a ese hijo que se fue, dilapidó su herencia y actuó con desobediencia, él lo recibió con amor, con perdón, con alegría. Era una oveja perdida que retornaba al rebaño. El hijo arrepentido nos muestra que no importa en el nivel del hoyo donde nos encontremos, siempre hay tiempo para recapacitar, pedir perdón, tomar un camino diferente y actuar de manera correcta.

La tercera enseñanza es muy importante y casi nunca se valora justamente. El hijo que se quedó al enrostrar la actitud de perdón de su padre, muestra un corazón lleno de envidia y de celo. Y no entiende que todo lo de su padre, siempre ha sido de él. Es lo mismo que nos pasa a muchos con todo lo que Dios tiene para nosotros: No lo valoramos y nos sentimos mal porque otros pueden disfrutar y malgastar lo que Dios en un momento les da. Cuando eso nos suceda busquemos las palabras del padre amoroso en Lucas 15: 31-32: “Hijo mío, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero teníamos que hacer fiesta y alegrarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado”.

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