Pedir perdón

La Organización de Estados Americanos (OEA) es una entidad que los dominicanos no dejamos de ver con cierto dejo de desprecio. Las razones se conocen muy bien: fue el instrumento utilizado por Estados Unidos para invadirnos en 1965 con el aval y…

La Organización de Estados Americanos (OEA) es una entidad que los dominicanos no dejamos de ver con cierto dejo de desprecio. Las razones se conocen muy bien: fue el instrumento utilizado por Estados Unidos para invadirnos en 1965 con el aval y la colaboración de los gobiernos títeres de la región. Fue una agresión incalificable, no sólo como expresión de poder imperial, sino un crimen contra las aspiraciones de un pueblo a construir su democracia, soñada desde los días fundacionales de 1844. Fue la segunda intervención militar del siglo pasado con un costo muy alto en vidas y bienes, y un golpe devastador que quebró los cimientos de nuestras instituciones.

Por eso, medio país pregunta por qué generosamente la República ofreció su territorio y facilidades para la celebración del Cuadragésimo Sexto Período Ordinario de Sesiones de la Asamblea General. Especialmente, después de la campaña maledicente que desde la OEA se montó contra la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional y contra los dominicanos en general.

Pero sus delegados están aquí, bajo el techo de la Patria, para discutir a sus anchas los más variados asuntos que se suponen vinculados al avance de los pueblos de América. Es verdad que los representantes de los países que en su momento se prestaron para dar carta de legalidad a la agresión imperial no son los mismos, y que los tiempos han cambiado.

Pero la historia no se puede borrar. Aquello fue una flagrante violación del principio de no intervención. Fue también una traición a los valores que debían orientar a una organización surgida para la defensa de los países miembros, y no para su ataque o colonización.

Los asambleístas que nos visitan tienen una magnífica oportunidad para negar un pasado nefasto que no permite que los dominicanos veamos a la OEA con respeto.

Que los hayamos recibido es un acto generoso. Lo menos que deben es pedir perdón por las ofensas y los sufrimientos de este pueblo.

Y aquí mismo reafirmar los principios de no injerencia, de modo que esa OEA sea un real instrumento para el progreso y la paz. Y que nunca jamás se preste a una grosera intervención contra ningún país.

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