El pensamiento conservador y los procesos independentistas en AL del siglo XIX (1)

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¿…debe tomarse al pie de la letra la calificación y la clasificación realizadas por los opositores entonces? Hacerlo significaría admitir la existencia de variantes doctrinas capaces de promover la fundación de partidos cabalmente diferenciados y conocer la presencia de dos sectores económicos diversos y opuestos por su ubicación en el proceso de creación y reparto de la riqueza. Una revista somera de la ubicación social de los personajes que dirigen los partidos (…) no permite una división tan tajante… Elía Pino Iturrieta [2]

La travesía por las profundidades del inmenso mar del pensamiento conservador necesita hacer escala, detenerse, para retomar fuerzas.  Una parada obligada, no porque desaparecieron las inquietudes y las dudas, sino porque ya llevamos mucho tiempo y se impone el descanso.

Desde hace décadas, cuando me iniciaba en el mundo de la investigación histórica, comencé a cuestionarme sobre los fundamentos de los denominados liberales y conservadores, pero sobre todo a buscar respuesta de cómo el fenómeno del caudillismo había permeado a los políticos de ambas corrientes. En mi libro “Buenaventura Báez. El caudillo del sur”[3], hice un primer y tímido esbozo sobre el tema.

En mi libro sobre Ulises Francisco Espaillat titulado “Una utopía inconclusa”[4] llegué un poco más lejos. Quería adentrarme en el pensamiento liberal y positivista y para hacerlo, debía estudiar su oponente, el movimiento conservador.  El capítulo III de esta obra que se titulaba “América Latina: los ejes discordantes de una realidad caótica”, tenía tres acápites. El primero se titulaba “Encrucijadas y conflictos en la formación nacional”. El segundo abordaba la dualidad entre el positivismo y el liberalismo. Y el tercero, tenía un título muy rimbombante, que hoy me pregunto qué quería decir: “CONSERVADORES Y LIBERALES: Grupos ANTAGÓNICOS Y SIMILARES  DE NUEVO CUÑO”.

A pesar de que estas reflexiones las escribí hace casi 20 años, y después de haber husmeado leyendo muchas reflexiones e investigaciones, después de haber madurado en muchas ideas, me sorprendo con el hecho de que todavía comparto mis conclusiones. Tal vez no he madurado tanto como pensé y aún sigo defendiendo los mismos planteamientos. ¡Quién sabe!

Decía en la obra dedicada al pensamiento y la vida política de Espaillat, que sin negar la presencia y existencia del conservadurismo político en América Latina, cuya vocación era oponerse a cualquier cambio en el panorama de sus naciones, tanto en el plano político, como en el social y económico, entendía que era una ficción presentarlos como antagónicos tanto el pensamiento como la acción entre los grupos políticos denominados liberales-positivistas, y conservadores.

Planteaba, luego de una búsqueda incesante e inconclusa, que la historiográfica latinoamericana quería inducirnos y casi obligarnos a tomar partido. En mis palabras de entonces:  Los conservadores fueron definidos como los representantes de una oligarquía recalcitrante; mientras los liberales, fueron caracterizados como los defensores del estado del derecho. La realidad, sin embargo, cuestiona ese paradigma explicativo. No negamos que durante el siglo XIX en las antiguas colonias españolas, dos grupos se perfilaron y se enfrentaron duramente. Uno propugnaba por el establecimiento de instituciones liberales y democráticas, el otro buscaba extender el proceso de dominación impuesto durante la colonia, pero con nuevos actores sociales y con nuevas alianzas imperiales. (p. 131)

Entonces pensaba, y ahora casi dos décadas después lo ratifico, cómo en el siglo XX y hoy en el siglo XXI, los antagonismos, la visión cartesiana de la realidad nos ha limitado la comprensión, más aún, nos ha impedido analizar la realidad en toda su complejidad y múltiples conexiones y variantes. Pienso que todavía las etiquetas ideológicas han primado. Estoy convencida que a través de la historia hemos tenido enfrentamientos entre grupos, que eran, y son todavía, en la gran mayoría de los casos, posiciones circunstanciales, más que de ideas.
No dudo que en América Latina existieran los liberales y los conservadores constituyeron  como grupos políticos, que hicieron vida en todos los países, pero cada grupo no tenía comunidad de ideas ni similitudes en todos los países, como podríamos pensar. Sus posiciones políticas diferían de país a país. Los grandes debates que se desarrollaron iban desde los pro federales a los antifederales y centralistas o semi centralistas, como ocurrió en México. En muchos países indistintamente liberales o conservadores defendían el proteccionismo; o por el contrario eran libre cambistas. El modelo imperial era un referente para unos y otros. Existieron, como en nuestro país, entre los liberales y los conservadores, los pro norteamericanos, pro franceses, pro ingleses, pro alemanes y los pro españoles. Todas estas corrientes evidencian un amplio muestrario que no hace más que enrostrar los múltiples matices de las posiciones políticas que se entretejieron en ese mar de países pequeños y los grandes, los isleños o continentales; en fin entre los liberales, positivistas o conservadores.

En el libro hacía referencia al notable historiador argentino, José Luis Romero, quien en la década del cuarenta del siglo XX, afirmaba con propiedad que una de las tareas más difíciles para él, cuando analizaba el pensamiento político latino americano del siglo XIX, era tratar de distinguir a un conservador de un liberal. [5] La dificultad se acrecienta cuando se intenta determinar el contenido del pensamiento conservador, por cuanto esta corriente no contó con intelectuales capaces de recoger con suficiente especificidad sus planteamientos. P. 132

Intenté elaborar una definición sobre el conservadurismo. Podemos afirmar que los defensores del conservadurismo se presentaran como los guardianes de la tradición hispánica, amantes del orden establecido y acérrimos enemigos de todo aquello que significara cambio social. Pero aislada de su contexto esta definición podría distorsionar y simplificar la complejísima realidad que pretende reflejar.

Coincido con Beatriz González, quien en su libro “La historiografía literaria del liberalismo hispanoamericano del siglo XIX”[6], afirma que la doctrina conservadora no tiene un discurso coherente, pues son pocos los líderes que se declaraban abiertamente conservadores. Estima la intelectual cubana que el conservadurismo era un pensamiento impreciso, plagado de fisuras, que aparece oculto, detrás de las circunstancias para poder mantener o defender en cada caso lo que le convenga. El conservadurismo se preservó y se ha presentado como la negación del pensamiento, pues aparece siempre en forma solapada, incluso en contextos que parecen liberales. Concluye  González que por eso debemos afirmar que el pensamiento conservador se caracterizaba más por su vocación pragmática de adecuarse a las coyunturas, que por su afán teorético.[7]

Así pues, el bloque conservador no fue el resultado de un plan previamente concebido. Surgió de un proceso de acomodación entre los grupos y las piezas que formaban parte del juego político y económico. El programa enarbolado por los grupos conservadores era sencillo: consideraban que era necesario superar la sociedad tradicional, a través de una redefinición del papel del Estado. Entendían que ante la exigencia de los nuevos tiempos el Estado debía asumir el rol de la libre competencia entre los propietarios.

El pensamiento conservador (de nuevo expreso mi reserva, pues no creo que a ese conjunto de ideas sueltas se les pueda llamar así) se sustentaba en la defensa del viejo sistema de valores dominantes, que se consideraba como el más genuino, por la legitimidad, que según ellos le otorgaba el peso de la tradición. A juicio de algunos historiadores, el hecho de que este pensamiento se basara en la defensa de lo existente, es lo que lo justifica, haciendo entonces innecesario organizar sus posiciones en una doctrina coherente. Sólo cuando constata la fuerza de las acciones del liberalismo, el conservadurismo comenzó a sumarse al proceso, enarbolando posiciones que le acentuaban aún más su carácter impreciso y contradictorio. Seguimos en la próxima.

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