Por órdenes superiores

Antes que nada, debo señalar que estas narraciones de Segundo Imbert Brugal originan una atmósfera, acaso un ámbito de hechuras y de recuerdos de infinita tristeza. Lo verdadero se entrelaza aquí al sueño y a los recuerdos, en el tejido de una…

Antes que nada, debo señalar que estas narraciones de Segundo Imbert Brugal originan una atmósfera, acaso un ámbito de hechuras y de recuerdos de infinita tristeza. Lo verdadero se entrelaza aquí al sueño y a los recuerdos, en el tejido de una crónica lindante con la locura absurda de vulgares individuos que agravian y aniquilan, cual insectos, a esencias humanas transidas de miedo, víctimas atormentadas de una maldad arcaica e inexplicable.

Sobrevuelan en estas páginas los demonios de un ayer no tan lejano. Las fuerzas oscuras que durante treinta años gravitaron sobre nuestra vida adquieren corporeidad en estos recuadros de inocencia perturbada, que se disuelven en los años finales del despotismo trujillista.

Conocí a Segundo Imbert Brugal en la adolescencia, cuando compartíamos un aula en la Escuela Normal de Puerto Plata. Aquellos días mansos y claros, que un poeta imaginara entonces como anidados de cándidas palomas y con rumor transparente de arroyuelos, no eran sino horas aciagas, de reticencias sombrías, de ademanes desconfiados y huidizos. Era el instante del miedo, sencillamente el turno de un pánico dentro del cual la brutalidad hacía estragos y los excesos de una norma vesánica cobraban víctimas en todas las capas sociales.

Cincuenta y cinco años más tarde, Segundo reconstruye aquel ambiente de turbación y lo puebla con personajes reales y ficticios, con hechos ciertos o posibles o soñados, y con un trazo de pintura de época que no escatima detalles ni ahorra pinceladas oportunas.

Son múltiples los temas y, también, diferentes las perspectivas en que se inscriben sus relatos. Podríamos entender este universo narrativo, tal vez, como un corte transversal de la sociedad que ahora nos permite mirar en toda su plenitud la sórdida violencia, y quizá hasta sentirla en sus manifestaciones más insidiosas.

Ya en el refinamiento perverso que obliga al afrancesado farmacéutico a simular un infarto al miocardio, o en el héroe pescador mutilado que desaparece sin dejar señal alguna; o en el desdichado e imperceptible sirviente, devoto de metresas y de almas, a quien sepultan por voluntad propia con camisa y corbata negra; o en el loco que imagina ser el Jefe, y al que aplacan sólo con la estampa fiera de un retrato de aquel a quien se cree encarnar.

Mas no todas las escenas están vinculadas con la brutalidad policíaca del régimen. En algún episodio asomará su hocico siniestro la voracidad genésica del dictador. En otro caso, ya a modo de parodia, lo hará la libídine del menor de los hijos del tirano.

Asimismo, y en lo que entiendo como uno de los más oficiosos relatos del libro, esto es, el titulado “La fiesta de quince años”, Segundo Imbert se refiere de modo lateral a las conmociones y a las tendencias que fluían en las vetas inferiores de aquella colectividad semiurbana, cuando describe una de las más socorridas e impúdicas técnicas de promoción social, bordada y acogida en el estambre público por la libertina extravagancia del sistema.

En conjunto, de las imágenes de este libro penetrante se desprende una sensación de ahogo, un invariable estremecimiento de angustia del que no podemos separarnos hasta la página final. Aunque admito que en esta suerte de memoria congregada, de vívido relato coral que es el libro “Por órdenes superiores”, Segundo Imbert ha construido el escenario ideal para exorcizar estos malos recuerdos.

Todo con el propósito de expulsar de nuestras vidas unos demonios que aún revolotean en aquella idílica Puerto Plata de los años 50; y, finalmente, para que consumemos la catarsis, como imaginaba el gran Aristóteles: la purga de esas memorias trágicas a través del sufrimiento de los abatidos personajes de estos relatos.

Se ha dicho que sólo tenemos a mano dos recursos para combatir el miedo: la indiferencia y la risa. Con este libro, y de eso estoy convencido, Segundo ha querido que no olvidemos el pasado ominoso, si bien con los chispazos de buen humor esparcidos en estas páginas se ha propuesto ahogar de ridiculez a la maldad, a la vez que intenta desalojar de nuestras mentes la caricatura trágica del salvajismo, y en tanto se propone ajusticiar la perversión de aquel terror con la espada ciega del desprecio.

Al recorrer estos anales, he vuelto a vivir horas y resonancias de mocedad que alguna vez se encubrieran en los repliegues del tiempo. Debo agradecer a mi viejo amigo Segundo Imbert la deferencia de permitirme hablar de su libro, con la certeza de que estos relatos, cargados de inteligencia y de bonhomía, así como plenos de libertad y de fe, han de contribuir a que mengüe el dolor de unas viejas heridas: a que se alivie por fin el sufrimiento de una humanidad ultrajada por la bestia negra del oprobio.
Que así sea. l

Palabras en la presentación del libro “Por órdenes superiores” de Segundo Imbert Brugal, en la Quinta Dominica, Santo Domingo, República Dominicana; el 22 de diciembre del 2014.

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