Hace unos días, tan pocos como los que han pasado de diciembre hasta hoy, fue lanzada una cacería de haitianos ilegales. Fuimos fuertes críticos del proceder, porque en muchos casos no había más propósito que meterles las manos en los bolsillos. Esas denuncias irritaron a la dirección de Migración.
Aquella vez decíamos que no había que deportar a los haitianos migrantes, es decir, a los que van y vienen, porque hay muchos que ya ni siquiera se recuerdan de que existe un lado Oeste de la isla, sea porque no tienen a nadie allá, han roto los lazos, son profundamente desarraigados o se sienten dominicanos. Los migrantes, los que van y vienen, para navidad se van por iniciativa propia. No había que deportarlos.
Expulsarlos en la forma que se hacía nos mostraba como poco humanitarios. Ahora los haitianos indocumentados pretenden ingresar al territorio nacional. Eso es inaceptable. Hay dos realidades. Una, la de quienes viajan más allá de los pueblos fronterizos y la de los trabajadores de las plantaciones cercanas en el territorio nacional, que pueden considerarse como trabajadores temporeros. En ambos casos se presenta un hecho incontrastable: una masa que no se ve está llegando por montes y caminos. Lo que no se comprende del todo es la presión en el control fronterizo.
De todas formas, las autoridades nacionales no pueden aceptar esta presión. El Estado dominicano es soberano y nadie lo puede obligar a acogerlos sin llenar los trámites de ley. Pero además, se establecería un precedente peligroso en una zona tan sensible de la isla, que podría tener consecuencias funestas.
El gobierno haitiano debe contribuir para que sus ciudadanos se retiren del control fronterizo y agoten los trámites en el marco de la ley.
Mientras se recobra la normalidad en la frontera norte, conviene evitar las provocaciones, que no haya incidente de ningún género.
