La primera libertad

La libertad de expresión es, sin lugar a duda, la primera de las libertades públicas. Una libertad sin la cual no es posible ejercer otros derechos y libertades.

La primera libertad

La libertad de expresión es, sin lugar a duda, la primera de las libertades públicas. Una libertad sin la cual no es posible ejercer otros derechos y libertades.Esa libertad es, como dijo alguna vez Stuart Mills en su famoso ensayo “Sobre…

La libertad de expresión es, sin lugar a duda, la primera de las libertades públicas. Una libertad sin la cual no es posible ejercer otros derechos y libertades.Esa libertad es, como dijo alguna vez Stuart Mills en su famoso ensayo “Sobre la libertad”, la que nos permite acercarnos a la verdad, permitiéndonos reconocer que estamos en el error.

La libertad de expresión es, como se sabe, consustancial a la democracia. No basta que exista separación e independencia de los poderes: si en una nación no existe o no se respeta la libertad de expresión, la democracia es materialmente insustancial, pues ella es necesaria para que la opinión pública se forme de manera natural y los temas de interés general se sometan al debate público.

Más aún: entre las teorías que explican por qué debe existir la libertad de expresión destaca aquella que plantea que opera como un mecanismo de control del ejercicio del poder público. Hoy esta teoría se ha ampliado y complementado con el derecho a la información y la obligación de rendición de cuentas por parte de todo el que ejerce posiciones o gestionan recursos públicos.

Hoy no se concibe un gobierno democrático que no respete la libertad de expresión de sus ciudadanos, que no se someta al escrutinio –en ocasiones injusto y despiadado- de la opinión pública y que no rinda cuenta de sus actos.

Esto es lo que explica que muchos de los gobiernos populistas y autoritarios de América Latina se empeñen en controlar los medios de comunicación, silenciando aquellos que realizan una labor de información independiente y persiguiendo a quienes osen opinar de otro modo.

Naciones como Venezuela, que hace años gozaban de una amplia pluralidad de medios informativos, de diversas orientaciones, hoy padecen el control cuasi absoluto de todos los medios electrónicos de información, mientras los pocos diarios independientes se encuentran al borde del cierre, ya que al no serles asignadas las divisas para comprar el papel en el exterior, no podrán seguir imprimiendo.

Ya las dictaduras de otras regiones –y el régimen cubano- han establecido un control de las señales de Internet, para evitar que sus pueblos se expresen, critiquen y debatan a través de las redes sociales.

El fantasma de la censura, del control mediático y la falta de libertad de expresión ha comenzado a recorrer y a echar raíces en el continente, amenazando el ejercicio de otras libertades y tornando ineficaces e inorgánicos los regímenes democráticos que tanta sangre y sacrificio le costaron a nuestros pueblos.

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La libertad de expresión es, sin lugar a duda, la primera de las libertades públicas. Una libertad sin la cual no es posible ejercer otros derechos y libertades.

Esa libertad es, como dijo alguna vez Stuart Mills en su famoso ensayo “Sobre la libertad”, la que nos permite acercarnos a la verdad, permitiéndonos reconocer que estamos en el error.

La libertad de expresión es, como se sabe, consustancial a la democracia. No basta que exista separación e independencia de los poderes: si en una nación no existe o no se respeta la libertad de expresión, la democracia es materialmente insustancial, pues ella es necesaria para que la opinión pública se forme de manera natural y los temas de interés general se sometan al debate público.

Más aún: entre las teorías que explican por qué debe existir la libertad de expresión destaca aquella que plantea que opera como un mecanismo de control del ejercicio del poder público. Hoy esta teoría se ha ampliado y complementado con el derecho a la información y la obligación de rendición de cuentas por parte de todo el que ejerce posiciones o gestionan recursos públicos.

Hoy no se concibe un gobierno democrático que no respete la libertad de expresión de sus ciudadanos, que no se someta al escrutinio –en ocasiones injusto y despiadado- de la opinión pública y que no rinda cuenta de sus actos.

Esto es lo que explica que muchos de los gobiernos populistas y autoritarios de América Latina se empeñen en controlar los medios de comunicación, silenciando aquellos que realizan una labor de información independiente y persiguiendo a quienes osen opinar de otro modo.

Naciones como Venezuela, que hace años gozaban de una amplia pluraridad de medios informativos, de diversas orientaciones, hoy padecen el control cuasi absoluto de todos los medios electrónicos de información, mientras los pocos diarios independientes se encuentran al borde del cierre, ya que al no serles asignadas las divisas para comprar el papel en el exterior, no podrán seguir imprimiendo.

Ya las dictaduras de otras regiones –y el régimen cubano- han establecido un control de las señales de internet, para evitar que sus pueblos se expresen, critiquen y debatan a través de las redes sociales.

El fantasma de la censura, del control mediático y la falta de libertad de expresión ha comenzado a recorrer y a echar raíces en el continente, amenazando el ejercicio de otras libertades y tornando ineficaces e inorgánicos los regímenes democráticos que tanta sangre y sacrificio le costaron a nuestros pueblos. l

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