La profecía de los mayas en las calles de Siria

En las calles de Siria la profecía de los mayas se cumple todos los días. Justo hasta hoy, 21 de diciembre del 2012, fecha en la que…

En las calles de Siria la profecía de los mayas se cumple todos los días. Justo hasta hoy, 21 de diciembre del 2012, fecha en la que según voces agoreras y “apocalípticas” el mundo terminaría para todos los mortales, éste se ha acabado para cerca de 45,000 almas –mal contadas y sin incluir a los desaparecidos- entre ellas, mujeres, niños, ancianos, y, por supuesto, soldados pro régimen, “rebeldes”, terroristas y demás yerbas aromáticas que mantienen desde hace 21 meses un conflicto que desangra literalmente a ese país.

En febrero de este año, cuando la ONU decía que los muertos en Siria ascendían a la “alarmante cifra de 12,000 personas”, escribí un artículo bajo el título “La ONU y el conflicto en Siria” en el que sugería a ese importante organismo internacional, declararse en “sesión permanente hasta tanto no se encuentre una manera de preservar los derechos humanos de los ciudadanos, tanto civiles como militares, envueltos en el conflicto” y hoy agrego: “hasta detener de alguna forma la cavernaria barbarie que se vive dentro de aquellas fronteras”.

La ONU no fue creada para contar víctimas, sino para –como lo señala en su preámbulo- evitar que seres humanos se conviertan en tal cosa.

La ley de la guerra obliga a los bandos envueltos en este tipo de conflicto armado a distinguir entre civiles y combatientes, sin embargo, lo que puede verse como restos en donde, antes de estos penosos episodios, vivían, trabajaban, estudiaban civiles, son solo remanentes de escombros y manchas con la sangre de personas, muchas de ellas, inocentes y ajenas al conflicto.

En otro artículo de nuestra autoría, “Siria, en el tablero del poder” publicado en marzo de este año, advertíamos del peligroso carácter sectario que podría adquirir este conflicto y justo en el día de ayer, una Comisión de Investigación de la ONU confirmaba que “el conflicto en Siria adquirió en los últimos meses un marcado carácter sectario y se destaca por la creciente presencia de combatientes foráneos…” y aseguran que “las minorías étnicas y religiosas, que se sienten amenazadas y atacadas, se alinean cada vez más con las partes en conflicto, lo cual acentúa la división sectaria”. Este fenómeno, en una sociedad que se preciaba de ser la más plural del mundo en cuanto a convergencia pacífica de religiones, se estaría dando de la siguiente manera: alauitas pro Bashar Al Assad atacan a suníes que son mayoría y éstos a su vez matan a chiíes de Hezbolah -que también son pro gobierno- al tiempo que repelen los ataques de la minoría alauita. Chiíes iraquíes e iraníes también participan y por las fronteras, tal como lo dice esta comisión, entra todo tipo de persona con interés de destronar a la cabeza del régimen, Bashar Al Assad.

De continuar este pandemónium la comunidad internacional deberá solo ir a estampar un epitafio en Siria cuando todos hayan perecido.

En el posible escenario de que el régimen logre quedarse con el poder, el medio millón de refugiados que actualmente ha salido de Siria se incrementará exponencialmente, creando una situación de crisis, hambruna y desequilibrio en esa zona como jamás se haya vivido antes. Otros no tendrán “la suerte” siquiera, de poder salir corriendo.

De lograr los “rebeldes”, ayudados y financiados por partes foráneas interesadas -con un arco iris de ideologías religiosas irreconciliables y hasta fundamentalistas- alcanzar el palacio, matar a Al Assad, alzarse con la victoria y luego de que haya una cantidad similar a los 45,000 que “ya se le acabó el mundo” o quizás un número mayor de víctimas, sucederá peor de lo que en Libia y en Egipto, en donde el proceso de “democratización occidental” se quedó a medias y los que gobernaban, en medio de la lucha, se convirtieron en oposición y hoy, paradójicamente, gobiernan de nuevo. Esto producirá progresivamente una desestabilidad institucional crónica e integral que tarde o temprano provocará en esa zona el nacimiento de conflictos de dimensión aun desconocida.

En cambio, para evitar que esto llegue a concretarse, la ONU debe asumir un papel que vaya más allá de prestar ayuda humanitaria mientras más personas mueren frente a sus narices, y que más bien propenda a que las partes se comprometan a poner fin a los actos violentos, bajo su estricta supervisión y sobre la base de gestionar que se levanten las sanciones económicas impuestas a Siria, de manera que la economía comience a reactivarse y los refugiados puedan volver a casa.

Es necesario que se cree un “comité de reconciliación” y que por medio de éste nazcan las condiciones para establecer un gobierno de transición que organice las instituciones, libere a los detenidos por causas políticas y lleve a los tribunales a quienes hayan cometido crímenes en el fragor de la lucha sin importar el bando a que pertenezcan.

Ese gobierno abrirá las puertas a los medios de comunicación para que se informe al mundo el progreso de las gestiones, evaluará los daños a las infraestructuras estableciendo prioridades de reconstrucción y deberá abocarse a convocar a elecciones democráticas.

Parecieran ideas quiméricas que, sin embargo, pueden resolver parte de los problemas en Siria y en la zona, sobre todo ahora que, cumpliéndose casi dos años de iniciado el conflicto, no se avizora una luz que no sea la de las ráfagas de las armas anunciando la autodestrucción de un pueblo.

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