La protesta en Salcedo

Otra vez vemos  cómo un pueblo, Salcedo, es condenado a una violencia que desde cualquier punto de vista, resulta insensata.

Otra vez vemos  cómo un pueblo, Salcedo, es condenado a una violencia que desde cualquier punto de vista, resulta insensata.

El motivo de la “jornada” fue el asesinato del joven deportista Héctor Ramón Medina, el pasado 12 de mayo, muerte inexplicable que las autoridades no esclarecieron de manera diligente.

Precisamente, el reclamo de que ese asesinato fuese investigado fue lo que desató la protesta que dejó tres jóvenes muertos, 23 personas detenidas y 20 heridas. Una verdadera tragedia en una comunidad pequeña como Salcedo.

Y la pregunta obligada: ¿Era necesario que se derramara tanta sangre para que las autoridades asumieran sus responsabilidades? Sobre esas mismas autoridades recae la misión de prevenir los  crímenes y los delitos.

En un estado de derecho, donde prevalezca la seguridad, ese joven no debió morir.

Pero también resulta chocante la lógica de quienes motorizaron los disturbios. No protestan por el crimen en sí. Reclaman su esclarecimiento.

Pero había que dejar tres víctimas más en el camino. ¿De qué forma se construye una conciencia ciudadana en este país, ante semejante comportamiento, que no resiste un análisis serio?
Más aún, y es otra cuestión que poco se comprende.

¿A qué instancias acudió el principal convocante del paro, el Frente Amplio de Lucha Popular (Falpo), para reclamar con vehemencia que se esclareciera el asesinato de Medina? Si agotaron los trámites frente a las autoridades, es imperdonable que éstas permitieran que se desencadenaran los hechos violentos que degeneraron en tres muertes, sin que actuaran consecuentemente.

Y si de verdad el Falpo llenó esos trámites, entonces las autoridades responsables no deberían ocupar los puestos que tienen en sus manos.

Pero desde cualquier punto de vista, no había que lanzar una “lucha” que provocara pérdidas de vidas humanas. Que fuese necesaria la violencia, sea de los convocantes o de los agentes represivos. ¡Qué pena! ¡Qué dolor!  Que estas víctimas  queden sepultadas sin que se sepa quiénes les dispararon.

Y la olímpica actitud del Falpo en la hora cero, delegar en la Asociación de Comerciantes las negociaciones para levantar el paro. ¡Oh Dios! ¡Pobre pueblo, a qué manos se confía! l

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