Lo que merezco

De manera angustiada me llama una madre para que por favor la reciba, que está desesperada. Dada su condición, aunque aun no podía hacerlo, pues era casi de noche y estaba cansada, por su actitud, la recibo. “No puedo más, mi hija de 22 años,&#8230

De manera angustiada me llama una madre para que por favor la reciba, que está desesperada. Dada su condición, aunque aun no podía hacerlo, pues era casi de noche y estaba cansada, por su actitud, la recibo. “No puedo más, mi hija de 22 años, a quien he dado todo junto a su hermano, con la finalidad de que se preparen académicamente, y tengan lo que yo no tuve, cohibiéndome yo de hacer muchísimas cosas, tiene un tiempo que está insoportable; me falta el respeto, tanto a mí como a su padre, y su tema principal es que somos unos fracasados, que hoy deberíamos tener dinero, por ser su padre y yo dos buenos profesionales, y lo que es peor, que todos sus amigos viven mejor que ella.” Este drama no me sorprende, y entiendo que a muchos de ustedes, los que me siguen, tampoco, en virtud de que en nuestras familias es un fenómeno muy frecuente el querer dar más de lo que se puede de los padres a sus hijos.

Aparentemente, la vida y el desarrollo de una familia debe regirse por el “hay que dar lo máximo aunque no se pueda”, en vez de poner reglas claras y enseñar a los niños desde pequeños que no es el juguete que ellos sueñan el que necesariamente se le va a comprar, sino aquel (y explicarle) que está dentro de las posibilidades económicas de la familia donde viven. Olvidar esto último fue la razón principal por la que hoy, ya adultos, esta joven no entiende que hay límites económicos, los cuales no permiten que ella lleve y tenga las cosas, especialmente un mejor carro, y que conste que le regalaron uno nuevo dentro de su posición económica, pero resulta que, comparándose con su entorno social, encuentra que el que le pueden ofrecer (después de par de años, de parte de sus padres, sacando un ahorro para poder dárselo de graduación ya profesional) está muy “por debajo”. Quiero dejarles sentada la magnitud y consecuencias que puede traer este tipo de situación. Son muchos los jóvenes que se involucran en negocios ilícitos, precisamente, no porque no tienen lo suficiente, como en esta situación, sino por la competencia malsana y el desenfoque de su verdadera realidad en términos económicos, pero sobre todo por no entender que el valor de un ser humano no lo da un carro, casa, grandes marcas, viajes, sino el que tú como individuo tienes. Vales por lo que eres, un ser único, irrepetible, hechura de Dios.

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