Reflexiones de un accidentado

Hace meses casi pierdo la vida cuando el vehículo que conducía cayó al precipicio. Me salvé “de chepa”, como dirían en mi campo.

Hace meses casi pierdo la vida cuando el vehículo que conducía cayó al precipicio. Me salvé “de chepa”, como dirían en mi campo. Recientemente falleció en un accidente de tránsito mi estimado General Juan de la Cruz Martínez. Es recomendable meditar y en lo posible prever sobre lo que nos puede ocurrir en la carretera, donde en ocasiones el azar juega su papel, como es el caso del gran oficial ido a destiempo.

Recuerdo que eran casi las 9:30 de la noche, y las luces brillaban en Santo Domingo. Tenía la alternativa de quedarme en la capital o regresar a mi hogar, en Santiago. Y ahí hice el razonamiento común del cibaeño que siempre anhela pernoctar en su terruño: “como estoy algo cansado de tanto trabajo, prefiero dormir en mi casa, así que me voy”.

Iba despacio, como es habitual. Coloqué algunas canciones de Silvio, Serrat y Aute, las cuales cantaría para evitar cabecearme. La autopista estaba muy oscura, salvo cuando levemente resplandecían los ojos de algunos felinos cimarrones. No había señales, por lo que guiaba por intuición. Cerré los ojos por un instante y casi decidí parar y descansar unos minutos, pero no vi un lugar adecuado o seguro para hacerlo. Continué la marcha. La Ciudad de los 30 Caballeros me esperaba.

Recuerdo que observé la curva y que luego, en un santiamén, mi visión se nubló por dos o tres segundos, y ahí mismo llegó el desastre, me desperté por el sonido de mi vehículo rompiendo ramas, saltando piedras, con las bolsas de aire en mi cara, exponiendo un olor extraño y un polvo que parecía humo, por lo que, aturdido, pensé que la máquina podía explotar en cualquier momento.

Salí como pude. Subí varios metros para buscar ayuda, reconociendo que la zona era bastante peligrosa y ya sabía lo que muchas veces le sucedía a las personas en mi estado. Un buen samaritano se detuvo y me llevó a Santiago. Al otro día me percaté de que tenía una costilla y un dedo rotos, y que un ángel me había protegido, pues el vehículo quedó hecho chatarra. “El chofer se mató”, exclamaban quienes lo veían.

Y reflexioné que gracias a Dios ningún tercero salió herido o muerto, que yo sobreviví, y que esta experiencia debía contarla a todos, porque podía salvar vidas. Y así lo hago. Cuento mi historia con detalles. “Pedro, me acordé de lo que me dijiste y no tomé carretera, pues me estaba durmiendo”, esas palabras las escucho decenas de veces. Y luego razono: por suerte tuve ese accidente.
¡Ah! Y para andar animado, ya viajo mezclando trova con perico ripiao,
donde se confunden Yolanda y Juanita Morel.

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