Reflexiones de un caminante

En la vida las victorias suelen ser pasajeras y las derrotas temporales. Todo éxito se mantiene con esfuerzo y sacrificio, y sufre sus bajas,…

En la vida las victorias suelen ser pasajeras y las derrotas temporales. Todo éxito se mantiene con esfuerzo y sacrificio, y sufre sus bajas, y sube luego, y cae de nuevo; todo fracaso es una oportunidad de recapacitar, de encontrar el lado bueno y de seguir otro camino, porque no hay refrán más sabio que el que reza “no hay mal que por bien no venga”.

He aprendido que la gloria, el poder y la fama pasan, y que si no se asimilan con humildad, destruyen. Los fracasos, la tristeza y los dolores también, y si no nos levantamos en su momento, moriremos sin haber vivido. Sólo el cumplimiento del deber perdura, como un tatuaje en el alma. Valoremos más la solidaridad, al igual que la integridad de nuestras actuaciones y pensamientos. Nos enseñó Aristóteles que la felicidad consiste en hacer lo correcto. ¡Qué monumento de verdad! Es más, pienso que servirle  al prójimo tiene mucho de egoísmo sano, pues en ocasiones se siente más satisfecho quien entrega que quien recibe.

La felicidad, amigos, es la auténtica riqueza, y la riqueza habita en un ambiente de paz, sin sobresaltos, sin remordimientos, sin cáncer en nuestras conciencias. ¡Tristes las noches en las que no podemos dormir tranquilos, pues algo indebido hicimos!  Y sólo con esa paz podremos enfrentar con éxito las adversidades, o aceptar con valor lo inevitable, y continuar mejorando nuestra condición humana, la que trasciende si dejamos huellas positivas en el sendero.

Además, y es secundario, este mundo tan complicado da muchas vueltas, y lo que hoy está arriba mañana está abajo, y quien se equivoca en esto puede sufrir desagradables sorpresas. No humillemos a nadie. Respetemos al otro, no importa su condición. Que nuestra conducta sea ejemplo a seguir para quienes nos rodean y para las nuevas generaciones. No nos creamos los protagonistas, los amos del universo, porque temporalmente dirigimos personas y determinamos su futuro inmediato; tampoco echémonos a muerte porque perdimos una batalla.

Valoremos la sencillez como una virtud que nos engrandece. Estemos convencidos de que todo es cotidiano y más simple de la cuenta, y que danzamos al compás de risas y llantos, de amores y sinsabores, de ilusiones y realidades.

Eso sí, debemos mantener grandes y nobles ideales,  porque nadie se eleva más allá de lo que aspira. Por ello, en cada meta debemos recurrir al corazón y a la cabeza. Al corazón, para sentir que podemos lograr lo que nos proponemos, siempre actuando de buena fe, con nuestro espíritu limpio. A la cabeza, analizando seriamente cada paso a dar, ajenos de emociones dañinas, seguros de las decisiones a tomar. Estas son mis reflexiones.

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