De la renovación de figuras a la renovación de agendas

El escenario político empieza a mostrar signos de renovación, y a pesar de que ella es esencialmente de figuras, se podrían estar abriendo brechas para cambios más profundos. Las luchas contra la corrupción y la impunidad, por una…

El escenario político empieza a mostrar signos de renovación, y a pesar de que ella es esencialmente de figuras, se podrían estar abriendo brechas para cambios más profundos.

Las luchas contra la corrupción y la impunidad, por una fiscalidad justa, contra la mala minería y por la protección de los bosques y las aguas, por salarios dignos, por una educación de calidad, y por los derechos de las mujeres y de los descendientes de inmigrantes han impactado en la agenda pública, y han obligado a los grupos políticos asumir parte de ellas.

Esto se ha combinado con dos elementos. Primero, el agotamiento de proyectos de poder que se han alimentado de la corrupción, que han mostrado su falta de compromiso con un Estado sano, y que han frustrado las aspiraciones de
bienestar de la gente. Segundo, las profundas fracturas al interior de grupos políticos derivadas de las pugnas por el poder, fruto de las cuales los grupos más conservadores han venido perdiendo terreno y tracción política.

Ese escenario abre el espacio para pasar de la renovación de figuras a la renovación de agendas y a compromisos con el cambio, para pasar de un modelo de política que no rebasa el cuidado de la estabilidad macroeconómica en base a alto endeudamiento y elevadas tasas de interés reales, y que perpetúa y acentúa la corrupción y la falta de transparencia, los privilegios y la concentración de la riqueza, la falta de empleos y un Estado incapaz de ofrecer servicios básicos de calidad, hacia uno que apueste por un crecimiento que genere más empleos y salarios dignos, que transforme al Estado haciéndolo más transparente y que rinda cuentas, por servicios públicos buenos y por un Estado que tenga como prioridad crear riqueza y proteger y hacer cumplir derechos.

Caminar hacia eso implica superar la lógica del equilibrismo político, y demanda que las figuras políticas se atrevan, tomen posiciones, hagan propuestas concretas, que no tengan miedo a enfrentar poderes, y que se comprometan con reformar las políticas en áreas críticas para el desarrollo.

Una de ellas es la de la salud y la seguridad social. Un sistema atrapado por cotizaciones bajas, prestadores de servicios que cobran caro sin garantías de calidad, intermediarios financieros que niegan servicios y se llevan una gran tajada agregando poquísimo valor, una vergonzosa oferta de servicios públicos de salud, y gremios del sector que muchas veces hacen parte del problema y no de las soluciones. La salud y la protección son un derecho fundamental, y una pieza clave en el bienestar de las personas. Las ofertas electorales tienen la responsabilidad de pronunciarse y comprometerse en vencer las resistencias.

Otra área fundamental es la de la producción, el empleo y los salarios. Es harto conocido que el aparato productivo no se moderniza lo suficiente, que no se generan empleos de calidad, y que sigue habiendo una adicción a las exenciones y a los bajos salarios, una costosa e inefectiva forma de sostener la producción y el empleo a largo plazo y que termina entrampando a la sociedad en la pobreza y la exclusión. Hay que dar respuestas claras frente a ese modelo productivo que no funciona y que no apuesta al cambio sino a las ganancias de pocos. Los políticos deberán atreverse a proponer cosas como cambiar exenciones por programas de cambio tecnológico, seguridad y/o costos de transporte más reducidos, y bajos salarios por gente capacitada, menores costos de los combustibles, controles sanitarios efectivos y agresivos programas para colocar exportaciones.

La energía es otro de los grandes problemas. Las distribuidoras siguen fallando en cobrar la energía que sirven porque no invierten en redes y porque no actúan contra el fraude, y siguen atrapadas en una madeja de complicidades político-clientelares que les drena las finanzas y las hace inefectivas. A su vez, la generación es cara y se acusa a las empresas de coludir. La sociedad espera propuestas, coraje para enfrentar poderes, y compromisos verificables que ayuden a liberar a los clientes y a las finanzas públicas de ese pesado fardo.

Por último, la reforma de la fiscalidad y la rendición de cuentas en el manejo de las finanzas públicas es la gran deuda de los grupos políticos con esta sociedad.

Una nueva estructura de impuestos que equilibre la carga tributaria, pasos concretos para hacer cumplir las leyes, dirigir el gasto hacia áreas prioritarias, y la prevención y castigo de la corrupción son elementos ineludibles de una agenda de cambio.

La sociedad no se conformará con nuevas caras. Demanda propuestas, compromisos y soluciones. 

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