El reto de la investigación científica (y 2)

[Trabajo presentado en el Segundo Panel sobre Actualizacion Docente (UCMM, Santiago, 26 de junio del 1984);  publicado en la revista EME-EME (UCMM, Santiago, 1984) ; leído en el Primer Congreso Mundial de Juventudes Científicas, celebrado en el…

[Trabajo presentado en el Segundo Panel sobre Actualizacion Docente (UCMM, Santiago, 26 de junio del 1984);  publicado en la revista EME-EME (UCMM, Santiago, 1984) ; leído en el Primer Congreso Mundial de Juventudes Científicas, celebrado en el año 1992 en la  Universidad Interamericana de San Juan, Puerto Rico; leído en el Primer Congreso Internacional de Física, celebrado en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (2005); publicado en la Revista de Ciencias Naturales, Física y Tecnología de la Academia de Ciencias de la República  Dominicana (marzo  del 2006)]

En la Universidad moderna, pues, la investigación, la producción de ciencia es uno de sus componentes estructurales básicos. Es su alma, en opinión de José Ortega y Gasset [5]. Y esa ciencia enriquece la docencia, fortalece sus plexos vitales, intensifica el sentido de la génesis del conocimiento. Además, se establecen entre ellas relaciones recíprocas fecundas. Esta es la razón de la necesidad de que el profesor universitario reparta su tiempo entre ambas. El físico brasileño José Leite López penetra un poco más en el asunto cuando escribe que “no se conciben profesores que no realicen investigaciones. Es imposible enseñar bien sin tener la experiencia de cómo se adquieren buenos conocimientos” [2], pero me temo que su idea sobre “buena enseñanza” es en extremo exigente. ¿Quién no recuerda el nombre de algún profesor congénitamente dotado de las artes de enseñar y sin ninguna experiencia de investigación profunda?

A la luz de lo anteriormente expuesto se justifican plenamente los esfuerzos que desarrollan las Universidades, sobre todo las tercermundistas, en la promoción y patrocinio de la investigación científica. Esos esfuerzos, sumados a los de otras instituciones, privadas y estatales, son los que motorizan el desarrollo de los pueblos.

Aquí arribamos a un punto delicado. ¿Qué tipo de desarrollo? ¿Económico? ¿Cultural? ¿Integral? Además, ¿Dependiente? ¿Independiente?

Hay que hacer la elección del modelo de desarrollo. Nosotros preferimos el modelo de desarrollo integral independiente. Integral significa, citando a Mario Bunge [6], “a la vez biológico, económico, cultural y político”. Independiente significa soberanía e independencia en las decisiones sobre las políticas de desarrollo nacional y autosuficiencia tecnológico-industrial.

La implantación de ese modelo no parece ser, sin embargo, una empresa fácil; no sólo por los conflictos que en opinión de Leite López generalmente acarrea todo proceso de cambio “con los intereses y privilegios de las élites dominantes tradicionales” sino por el acoso neocolonialista de naciones poderosas que no verán con buenos ojos que algunos países sean dueños absolutos de sus destinos.

El parámetro de la independencia es el que justifica a plenitud la investigación fundamental, pues ésta es a la larga la que hace posible la vigencia real de aquél. El ejemplo de Japón es a meditar. En un despacho de prensa aparecido el 24 de junio de 1984 en el periódico dominicano Listín Diario leí lo siguiente: “Hasta este momento la avanzada tecnología usada en estos cohetes ha sido norteamericana, pero Japón espera independizarse pronto de la tecnología espacial de Estados Unidos. Actualmente la mayoría de nuestros cohetes se producen con licencia de Estados Unidos. Pero el H-2 será diferente, pues será construido con tecnología absolutamente propia, afirmó Tanaka”.

En el proceso de realización de ese cohete convergen de seguro varios de los diferentes tipos de investigación pero es imposible que ese proceso se lleve a buen término sin los conocimientos de apoyo suministrados por la investigación fundamental.

Este es un ejemplo muy claro de tecnología propia, aunque de una especie muy avanzada.

La crisis económica que abruma a los llamados países subdesarrollados les han puesto de frente la dramática necesidad de hacer y crear cosas por su propia cuenta con el fin de sustituir importaciones. Se hacen esfuerzos y se proponen ideas en ese sentido. En la República Dominicana, por ejemplo, se produce ya la tecnología arrocera necesaria y se dispone, en la provincia de La Vega, de un Centro Nacional de Tecnología Apropiada [7]. Se han hecho estudios, en ese mismo país, sobre la posibilidad de fabricar sogas (del tallo de la mata de plátano), papel (de desechos agroindustriales: paja de arroz, bagazo de caña, cáscaras de coco, etc. [8]), de obtener hierro y titanio (de arenas de playas de Baní y Montecristi [9]) y de preparar un buen número de medicamentos esenciales mientras se investigan las propiedades medicinales e insecticidas de las plantas dominicanas por el Centro de Investigaciones de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra [13] y el Centro de Biología Marina de la Universidad Autónoma de Santo Domingo [10].

Siguiendo con los países tercermundistas, la explotación y el aprovechamiento de sus recursos naturales (en cuya gestión debe tenerse la valentía de proceder con iniciativas independientes) requiere en general volúmenes de tecnologías propia y transferida en una cierta proporción, y la norma PERMANENTE ha de consistir en aumentar, siempre que se tenga la oportunidad, la componente tecnológica propia; eso en todos los casos, presentes o futuros. Determinado un orden de prioridades en la ejecución de proyectos de desarrollo, se me ocurre que pudiera aplicarse a la secuencia de su realización el método guerrero de Napoleón: romper la línea enemiga concentrando la mayor fuerza del ataque en un punto. La estrategia, según esto, consiste en focalizar la mayor intensidad de los esfuerzos y recursos (financieros, institucionales, políticos, comunitarios, etc.) en el proyecto de turno.

La necesidad nos empuja a enfrentarnos con las dificultades, y en el empeño de vencerlas surgen siempre ideas novedosas y originales.

Ahora me viene a la memoria, a propósito de estas ideas, lo que hizo una Universidad latinoamericana no sólo con el fin de crear tecnología propia sino también con el de ayudarse a sí misma económicamente. Se trata de la Universidad de Cuyo, en Mendoza, Argentina. Creó una unidad denominada “Construcciones Universitarias” y en ella se ofrecen asesorías industriales, se fabrican marcapasos, sismógrafos y aparatos electrónicos [11]. ¿No les parece un buen ejemplo a seguir?

Naturalmente que la presión conturbadora de los problemas prácticos hace pensar a mucha gente que sólo deben patrocinarse proyectos de investigación práctica, pero de párrafos anteriores se desprende la cortedad de semejante pensamiento. Marcel Roche, del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, expresa con feliz justeza que “la razón principal para fomentar la investigación básica en nuestros países no es, paradójicamente, su utilidad práctica, sino más bien su valor como fuente de mejoramiento intelectual. La utilidad será el subproducto de este mejoramiento intelectual, y no lo inverso” ([14], p.78).

Aquí es oportuno contar la anécdota aleccionadora protagonizada por un profesor del Liceo de Brest, en la Bretaña francesa de finales del siglo pasado. Raulin, tal era su apellido, hacía investigaciones con un hongo parecido al penicilium glaucum con la esperanza, supongo yo, de descubrir otra sustancia microbicida de la familia de la penicilina. Como Raulin consumiera mucho gas en la estufa del Liceo, el funcionario responsable de las finanzas del plantel se opuso a que el profesor se ocupara en actividades “sin ningún interés”, según sus palabras [12]. Y, como esta anécdota, existen muchas otras reveladoras de la extendida incomprensión que rodea a la investigación desinteresada.
No hay que descuidar, pues, la investigación básica, ni siquiera en los países subdesarrollados, donde esa incomprensión es tan marcada, prohijada mayormente por el inmediatismo de la subsistencia.

Es tan grande la importancia de este tipo de investigación que Marcelino Menéndez y Pelayo, el célebre erudito español, atribuyó la decadencia científica de España a haberla descuidado.

Escuchémosle: “Mientras las aplicaciones vivieron de la tradición científica recibida en la Edad Media, todo marchó prósperamente; pero cuando otros pueblos avanzaron en el camino de la investigación desinteresada y nosotros nos obstinamos en reducir la astronomía a la náutica, las matemáticas a la artillería y la fortificación, y dejamos de seguir la cadena de los descubrimientos teóricos sin los cuales la práctica tiene que permanecer estacionaria, la decadencia vino rápida e irremisible, matando de un golpe la teoría y la práctica” ([1],p.125).

¿Tendrá razón don Marcelino? Sus palabras merecen meditarse. l
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FUENTES:
[1] Lora-Tamayo, Manuel; Un clima para la ciencia (Editorial  Gredos, España, 1968)
[2] Leite López, José; La ciencia y el dilema de América Latina: dependencia o liberación (Siglo XXI Editores, México, 1978)
[5] Ortega y Gasset, José; El libro de las misiones, p.120 (Espasa-Calpe, Colección Austral #101, España, 1959)
[6] Bunge, Mario; Ciencia básica, ciencia aplicada, técnica y producción (ponencia presentada en el Primer Seminario Nacional sobre Política de Desarrollo Científico y Tecnológico, Quito, Ecuador, 26-30 de mayo de 1980)
[7] Listín Diario, Santo Domingo, República Dominicana (Reseña periodística sobre el Segundo Seminario Agroindustrial Vegano)
[8] Revista ¡Ahora!, p.14, 1046, nov. 28, 1983, República Dominicana (artículo de Freddy Sandoval.
[9] Revista ¡Ahora!, p.6, 1046, dic. 12,1983, República DominiCana (artículo de Freddy Sandoval.
[10] Listín Diario, Santo Domingo, República Dominicana, diciembre  6, 1984.
[11] OEA; Segunda Conferencia Interamericana sobre la enseñanza de la Física, p.15, Caracas, Venezuela, 1-5 sept., 1975.
[12] Kourganoff, V.; La investigación científica (EUDEBA, Argentina, 1963)
[13] 25 años de investigación en la Universidad Católica Madre y Maestra, Santiago, República Dominicana (Informe, 1987)
[14] Bunge, Mario; Ciencia y Desarrollo, (Ediciones Siglo Veinte, Argentina, 1980).

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