Indiana dio un primer paso de calidad al ganar el primer partido de su final de conferencia ante los favoritos Heat de Miami.Algo importante fue que nadie del conjunto que dirige Frank Vogel encendió los motores del exceso, conscientes de que se miden a los campeones, ya acostumbrados a perder el primer partido en la ruta en sus series de postemporada y a pesar de eso terminar con el derecho a reír de último.
Indiana ha sido un equipo de dos caras, como si se tratase de un colectivo de personajes de cartones animados: en un momento son imparables, indetenibles, aplastan, avasallan, fulminan, pero en el parpadeo de un ojo caen en lo ridículo, en el espectáculo de mal gusto, lucen débiles y sin madera para ganar.
Tienen muchas figuras, pero no hay un claro e indiscutible líder. Paul George es el más talentoso de sus atletas, el ritmo de Roy Hibbert dice si triunfan o pasan vergüenza y David West es el de más temple. Todavía no se define el “macho alfa” del grupo, algo que les ha perjudicado bastante.
Me uno a las voces que creen en la necesidad de una cabeza en los conglomerados que tienen un objetivo común. Es importante resolver en el terreno de juego, pero vale mucho esa voz que le llama la atención a quien no da el máximo esfuerzo, a quien se fue de parranda cuando no debía o llegó tarde a una reunión.
Michael Jordan era implacable en la cancha y draconiano en las prácticas. Scottie Pippen era el que pasaba la mano luego de los latigazos de su majestad, quien mandó a callar al mismo Dennis Rodman en un partido y nadie, ni Phil Jackson, opinó al respecto.
Si Miami tiene los pronósticos a su favor no es solamente por la calidad de sus integrantes, donde se encuentra LeBron “el mejor del planeta” James, sino porque también su nivel de madurez no le permite desenfocarse de la meta deseada. Es corona o nada.
Alguien dijo una vez que quien quería conocer a su principal rival solo tenía que mirarse en un espejo. Indiana tiene un enemigo interno. Si lo maneja, puede tener éxito. De lo contrario, paga por ello.
