El rezago exportador

Durante la última década, el desempeño exportador fue menos que mediocre. En 2010, el valor de las exportaciones reales del país, es decir, el valor nominal descontando la inflación, fue un 8% más reducido que en

Durante la última década, el desempeño exportador fue menos que mediocre. En 2010, el valor de las exportaciones reales del país, es decir, el valor nominal descontando la inflación, fue un 8% más reducido que en 2000, mientras que las exportaciones reales per cápita cayeron en 21%.Mucho de esto tuvo que ver con la crisis del modelo textilero de zonas francas que se cimentó en la protección del mercado de los Estados Unidos de la competencia asiática. Con el fin negociado de esas barreras, los Estados Unidos sacrificó no sólo una parte de su industria sino también la de Centroamérica, el Caribe y México vinculada a ésta. El resultado para el país fue una caída de las exportaciones reales de zonas francas de un 23% entre 2005 y 2010.

Pero como antes que blanco y negro, las realidades están marcadas por tonos grises, el colapso textilero fue parcialmente contrarrestado por un mayor dinamismo de las llamadas exportaciones nacionales, es decir, aquellas fuera de zonas francas, al tiempo que las exportaciones no textileras desde zonas francas también se comportaron positivamente.

Las exportaciones de manufacturas hacia Haití, nacionales y de zonas francas, así como las de productos agrícolas tradicionales como el cacao y el tabaco, y no tradicionales como frutas y vegetales y algunas manufacturas, evitaron el colapso del sector externo. Sin embargo, no lograron revertir la tendencia al estancamiento, la cual tuvo como secuela una reducción en un dramático 50% en la participación dominicana en el comercio internacional.

Es bien conocido que una característica notable de las exportaciones de zonas francas es su limitada articulación al aparato productivo nacional y su restringido valor agregado. Por ello, una recomposición en la que, como ha sido el caso, las exportaciones nacionales ganen terreno frente a las de zonas francas podría suponer un cambio cualitativo deseable en la oferta exportable.

Desafortunadamente, a pesar del entusiasmo que causa, las positivas experiencias de exportación de frutas y vegetales, y la recuperación de la producción y exportación de algunos productos tradicionales, en términos globales se trata de cambios limitados.

La intensidad tecnológica de las exportaciones, un indicador clave para medir su calidad, antes que mejorar, se ha estancado o retrocedido.

A mediados de la década pasada, más del 60% de todas las exportaciones nacionales no minerales era de productos primarios, entre 15% y 20% era intensiva en recursos naturales y alrededor de 20% era intensiva en tecnologías, de las cuales más de la mitad era en tecnología baja.

En la medida en que muchas de las nuevas exportaciones son intensivas en recursos naturales en vez de en conocimiento y tecnología, el panorama no promete haber cambiado.

Adicionalmente, muchas de las nuevas exportaciones, especialmente las agrícolas, generan escasos empleos. Sin embargo, uno de los elementos positivos de la nueva estructura de exportaciones que ha venido emergiendo es que ha contribuido a desconcentrar, aún sea modestamente, la actividad económica al trasladarla a algunos puntos de las zonas rurales.

Por lo anterior, aunque el reciente dinamismo de las nuevas y viejas exportaciones haya amortiguado el golpe a la actividad textil y movilizado recursos en algunas zonas deprimidas, esto no debe convertirse en la principal apuesta exportadora del país. El impulso a esos sectores debe formar parte del proceso de revitalización exportadora, pero superar el rezago exportador demanda mucho más que eso.

Demanda de una decidida política de desarrollo productivo que ponga a las personas y a sus capacidades productivas como objetivo central de ellas, empujar aspectos clave del Plan Nacional de Competitividad el cual parece no haber sido tomado en serio al más alto nivel, y poner al sector financiero y al Estado al servicio de la producción, y no al revés.

En concreto, esto supondría invertir en educación a todos los niveles, una política monetaria y financiera que privilegie bajas tasas de interés antes que una alta rentabilidad bancaria, y un continuo acompañamiento y apoyo del Estado para el aprendizaje, el escalamiento tecnológico y la conquista de mercados externos.

Pero esto requiere determinación, articulación de alianzas y músculo político para vencer las resistencias que produciría un giro del Estado a favor de la producción y la productividad.

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