Roque Dalton: Oficio de poeta (1)

El Salvador. Revista Cultura 89, enero – a b r i l 2005. El crítico dominicano Pedro Conde Sturla nos envió este texto, que sirvió como prólogo a la edición de “Taberna y otros lugares” aparecida en su país,  en 1980.

El Salvador. Revista Cultura 89, enero – a b r i l 2005. El crítico dominicano Pedro Conde Sturla nos envió este texto, que sirvió como prólogo a la edición de “Taberna y otros lugares” aparecida en su país,  en 1980. Conde Sturla se enfrenta lucidamente a uno de los libros más indóciles del poeta salvadoreño, tomándolo desde sus ángulos más espinosos, desconfiando de las posibles trampas que el poeta tiende a los lectores desprevenidos y entrando en diálogo crítico con Roberto Armijo e Italo López Vallecillos.

Nota de PCS: En este número conmemorativo de Roque Dalton figuran, entre otras, notables colaboraciones de Claribel Alegría, Ernesto Cardenal y Mario Benedetti.

Oficio de poeta Ensayo de interpretación de la obra de Roque
1-El contexto particular en que se desenvuelven la vida y obra de Roque Dalton favorece la hipótesis de que entre el hombre y el artista puede establecerse una identidad total. Esto no significa que el Quijote sea exactamente Cervantes, aunque resulta evidente que la esencia del Quijote es la esencia misma de convicciones profundas de Cervantes. No se trata, naturalmente, de plantear aquí un burdo problema de equivalencia biográfica arte-vida. Es más bien un problema de coordenadas históricas y culturales. Lo que un artista es lo dice su obra y también lo dice su vida, pero no en términos biográficos sino en términos de experiencia total, o sea, en términos de equivalencia ética y estética. Desde este punto de vista, separar la vida y la obra de un autor resulta, por lo demás, un esfuerzo inútil. El arte es siempre producto de la experiencia total de un autor. De aquí la inseparabilidad del código ético y estético.

“Yo llegué a la revolución por vía de la poesía”, dirá Roque Dalton en una de las brillantes paginas de “Taberna y otros lugares”… ¿No cabe decir?: Y viceversa.
Nacido en San Salvador en 1935, Roque Dalton se educa en un colegio jesuita y estudia luego derecho, ciencias sociales y antropología en universidades de El Salvador, Chile y México. Desde joven se destaca en el ejercicio del periodismo y de la literatura de creación, y vincula su existencia a la militancia política marxista.

Con otros escritores de izquierda funda en 1956 el “Círculo Literario Universitario”. Ya miembro del Partido Comunista de El Salvador, viaja en 1957 a la Unión Soviética. Su intenso trajinar político y cultural -típico de la vida plena y azarosa de tantos revolucionarios- lo lleva a sufrir cárceles y destierros prematuros. Más de una vez logra -por méritos propios- escapar de la prisión. Y en 1960 -con ayuda de la providencia- se libra de una condena a muerte porque el dictador de turno, José María Lemus, cae solo cuatro días antes de la fecha fijada para la ejecución de la sentencia. Vive después emigrado en Guatemala, México, Checoslovaquia, Cuba. En el lejano oriente recorre la República Democrática de Vietnam y Corea.

Afectado por una profunda crisis ideológica, en 1970 rompe con el Partido Comunista Salvadoreño y se enrola en el Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP).

Regresa entonces clandestinamente a su patria donde encuentra la muerte el 10 de mayo de 1975 a manos de una pequeña fracción ultraizquierdista de esa misma organización (acusado supuestamente de “colaborar con el enemigo de clase”). Sobre este crimen absurdo fue despejada posteriormente toda calumnia.

El itinerario creativo de Roque Dalton obedece a una misma lógica interna de gran  coherencia y manifiesta adhesión a principios radicales. Crecido a la sombra de Vallejo y Neruda, se inicia en la revista “Hoja” y en el “Diario Latino” de San Salvador.

En 1956, 1958 y 1959 obtiene galardones literarios en certámenes nacionales y centroamericanos y publica sus primeros volúmenes de versos. Entre 1961 y 1974 vuelca su mundo interior en una serie de obras fundamentales que comprenden, además de la poesía, el ensayo político, la crítica y la narrativa. En dos ocasiones, 1962 y 1963, obtiene menciones honoríficas en el concurso anual de “Casa de las Américas”, y finalmente, en 1969, se lleva el Premio en el género poesía con el libro “Taberna y otros lugares”.

Un elenco de sus mejores títulos incluye por necesidad “La ventana en el rostro” (poesía, Mexico, 1961), “El turno del ofendido” (poesía, La Habana, 1962), “Cesar Vallejo” (ensayo, 1963), “Los Testimonios” (poesía, La Habana, 1964), “Taberna y otros lugares” (poesía, La Habana, 1969), “Las historias prohibidas del Pulgarcito” (poesía y prosa,Mexico, 1973). Dejó inéditas las obras poéticas “Doradas cenizas del Fenix”, “El amor me cae más mal que la primavera”, “Los Hongos”, “Poemas terriblemente odiosos” y “Contraataque”, y además publicó una novela fuera de serie, “Pobrecito poeta que era Yo”, sobre la vida de los escritores y la sociedad latinoamericana de hoy.

Como puede apreciarse, su producción es continua en todas las etapas y se realiza en el marco de una parábola de ascendiente madurez evolutiva que no registra bruscas caídas de calidad ni grandes sobresaltos en la dirección de la “empresa de conquista verbal” de sus objetivos primarios. Por el contrario, todo apunta en alto hacia la culminación de un proceso iniciado, principalmente, con los temas de “La ventana en el rostro” y “El turno del ofendido”, y que alcanzará su más depurada y critica expresión en las páginas de reflexiones entre festivas y amargas de “Taberna y otros lugares”. Roque Dalton avanza, pues, superando y nunca desmintiendo sus preocupaciones iniciales. Avanza, naturalmente, entre las dudas y temores de la crisis inevitable que precede y conduce a la madurez.
Poco a poco irá concentrando su fuego y su energía en objetivos más ambiciosos y precisos, pero sin desmentir o renunciar a nada de lo que se había revelado desde un principio esencial a su poesía: mas bien afinando -por decirlo así- la puntería obstinada del francotirador que se mantiene fiel a su enemigo.

No es remotamente cierto, como han sugerido algunos críticos, que en una etapa superior de su obra se produce un momento de ruptura con su inicial poesía lírica, amorosa. Por el contrario, ocurre que el poeta transforma y renueva esa poesía, unciéndola con mayor brío al carro del testimonio pertinaz y la denuncia. Es decir, acentúa el manejo testimonial de su mensaje político y poético, lo cual no significa literalmente ruptura sino reiteración de principios, ya que esta orientación es siempre más y menos visible en su obra. Como quiera que sea, la obra de Roque Dalton puede ser explicada mejor a través de la obra de Roque Dalton.

En consecuencia, es necesario proceder señalando en vía de hipótesis los aspectos constitutivos de su mundo poético para tratar de inmediato que el poeta los confirme o niegue por si mismo. Sólo a partir de aquí será posible descifrar las instancias profundas de su código ético-estético, mostrar en vivo al artista, revelando el sentido permanente y variable de su oficio y de su propia existencia. En este orden de ideas, es inevitable proceder preguntándose ¿cuáles son las características e intenciones visibles del arte poético de Roque Dalton?

En primer lugar, la obra de Roque Dalton se nutre de un erotismo intenso y rabioso, vital, sin posibilidad de medias tintas. Siempre en la obra de Roque Dalton el pan es harina y el amor idea que solo se realiza plenamente por el trámite de la carne: es decir, idea subordinada a la “orgía perpetua” de los sentidos.

En un plano paralelo se hace patente su carga de soledad y angustia universales, expresión inmediata de desgarramiento interior frente a la perspectiva de su país y su mundo desvertebrados en instancias de pura barbarie que el poeta ha sufrido en carne propia.

A manera de compensación, y un poco a contrapelo, se manifiesta en toda su obra un sentido irreversible y casi paranoico de confianza en un futuro.
Sentimiento traumático y paradójico en apariencia, porque emerge precisamente de una conciencia desgarrada y en crisis, atormentada por contradicciones y dudas no resueltas, o que solo pueden ser resueltas en el sentido de la famosa máxima de Antonio Gramsci: “Pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad” (con su correspondiente corolario de que “la verdad es siempre revolucionaria”).

Matizando el contexto esperanzador de la obra, aparece el buen Dios en calidad de observador pasivo y, casi, desinteresado. “Dios es siempre un tema en Dalton” ha dicho italo Lopez Vallecillos. Pero más bien se trata de un estribillo, un leitmotiv.

El Dios de Dalton es un personaje que, desgraciadamente, se limita a breves apariciones de segundo orden en la tierra. Se muestra impotente o renuente a incidir sobre su propia obra: modificarla. Y Dalton no pierde ocasión de hacerlo notar. Entre cariñoso e irreverente (pero a veces teófago y blasfemo), Dalton parece lamentar que ese Dios no sea el Deus ex machina del teatro del medioevo, el que resuelve todo. Vale decir: deseable guionista de los destinos universales, y en última instancia sustituto del Partido en el embrollo de las revoluciones.

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