Sabor amargo

De un modo inexplicable décadas de desidia, desorden, corrupción y complicidades, quisieron ser corregidas de un plumazo mediante la sentencia 168/13  del Tribunal Constitucional, cuyo vicio principal radica precisamente en querer corregir situaciones&

De un modo inexplicable décadas de desidia, desorden, corrupción y complicidades, quisieron ser corregidas de un plumazo mediante la sentencia 168/13  del Tribunal Constitucional, cuyo vicio principal radica precisamente en querer corregir situaciones pasadas en vez de haberse limitado a hacerlo para el porvenir.

Hoy muchos de los que contribuyeron a que una inmigración desorganizada y desregulada se multiplicara durante largo tiempo, son los primeros que han querido tapar el sol con un dedo, sin darse cuenta de que por su única voluntad el sol no iba a dejar de brillar.

Hace tiempo que nuestras autoridades tenían que ocuparse del tema migratorio e implementar un plan de regularización, lo que debe hacerse, no solo en estricto respeto del marco jurídico, sino con pleno conocimiento de todas las implicaciones del tema; ya que como  fuimos también negligentes para  defender la imagen del país que durante años fue desacreditada por denuncias, en algunos casos malintencionadas y mendaces; cualquier acción en ese sentido será observada con mucho celo por la comunidad internacional.

Pero no solamente hemos cometido el error de buscar argumentos legales para tratar de enderezar situaciones pasadas, sino que se ha promovido una equivocada y peligrosa campaña de polarización de la ciudadanía, entre los autodenominados  patriotas  que defienden a ultranza nuestro derecho soberano y los que, por oponerse a los desaguisados de la sentencia, son tildados de traidores.

Con los muchos problemas que tiene este país parecería que el tiempo se ha detenido y que lo único que cuenta es el conflictivo fallo del Tribunal Constitucional, lo que lamentablemente posterga todas las discusiones y acciones de aspectos trascendentales como el pacto por la reforma educativa, al que pocos  parecen estarle prestando atención en estos momentos.

Lo peor es que producto de la decisión tomada en ejercicio de nuestra soberanía y en esa misma virtud defendida a capa y espada, lo que está realmente haciendo es debilitándola, ya que nos guste o no vivimos en una comunidad internacional cada más interrelacionada y dependemos de mercados externos incluyendo el propio haitiano, nuestro principal destino de exportación. 

Por eso hemos tenido que convertir en super Canciller a nuestro Ministro de la Presidencia, quien ha tenido que dedicarse casi exclusivamente a la defensa y explicación de la sentencia 168/13 no solo ante organismos internacionales como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que está en el país, sino en los principales países de la región.

Aunque todavía no se sepa exactamente la solución, no debe caber duda de que alguna habrá.  Por eso nos preguntamos si valía la pena haberse llevado de encuentro principios cardinales de nuestro ordenamiento jurídico en aras de subsanar omisiones pasadas, que no solo no las van a resolver sino que  nos dejarán el sabor amargo de haber perdido en imagen más de lo que habíamos ganado con nuestra indiscutible solidaridad con el pueblo haitiano en ocasión del terremoto del 2010 y haber creado unas divisiones que no existían a lo interno de nuestra sociedad. Es hora de entender que el verdadero amor a la patria se demuestra con acciones responsables.

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