En diciembre de 2001, la entonces Secretaría de Medioambiente y Recursos Naturales bajo la gestión de Frank Moya Pons, durante la administración de Hipólito Mejía, dio a conocer un mapa de cobertura en relieve y uso de suelos de la isla de Santo Domingo, que ilustraba con mucha propiedad el estado de la capa forestal. En el Oeste, el desolador panorama y al otro lado, el Este, el variopinto pero también diezmado suelo quisqueyano.
Desde entonces, ha llovido mucho. Las últimas aguas las trajo Isaac, con saldo trágico a los dos lados, pero dramáticamente en Haití, donde dejó el mayor número de pérdidas, 24 muertos y más de 120 mil desplazados y pérdidas agrícolas por US$250 millones. Los dominicanos también tuvimos que sepultar nuestras vergüenzas, cinco víctimas fatales y los daños en la agricultura, principalmente en la cuenca baja del río Yaque del Sur.
Para los organismos que estudian el cambio climático, hay una relación muy estrecha entre los daños provocados por los fenómenos naturales y las pérdidas de vidas y materiales. Haití ocupa el primer lugar en el mundo en el triste ranking de los países de baja cubierta forestal. A ese país sólo le queda el 2 por ciento de sus bosques y sus suelos sufren una degradación pasmosa.
Afortunadamente, los dominicanos acabamos de protagonizar una hazaña que pocos creen y es que desde 2003 el territorio nacional aumentó 8 por ciento de su cobertura forestal. Un acontecimiento extraordinario si descubrimos que países como Brasil experimentan pérdidas impresionantes de capa forestal.
Si pensamos que la pérdida de capa forestal está asociada a la disminución de los acuíferos y las especies, al deterioro brutal incluso de los suelos bajo cultivo, hablamos de un drama desolador sobre la isla.
Otra razón para que los dominicanos y el mundo miremos hacia Haití, no sólo como el país de las calamidades conocidas, sino como un lugar en estado crítico que debe ser auxiliado para salvar la isla de la devastación total.
