Seamos buenos limpiabotas

Cuando visitamos un parque céntrico, notamos que algunos observan primero nuestros pies, como si careciéramos de rostro.

Cuando visitamos un parque céntrico, notamos que algunos observan primero nuestros pies, como si careciéramos de rostro. Luego suben la mirada lentamente, casi con miedo, y nos ofrecen sus servicios. Son los limpiabotas, cuya actitud en su digno oficio es normal, a diferencia de quienes solo se concentran en el suelo y nunca han lustrado un calzado. ¡Infelices los que siempre andan cabizbajos, arrastrando sus pupilas, con temor de observar las alturas, porque se sienten más cómodos rodeados de fango que de estrellas! ¡Ay de los que no alcanzan a contemplar las montañas donde habitan el honor, la solidaridad, el esfuerzo y el sacrificio, pues su visión no llega tan lejos!
¡Pobre de aquellos que se adaptan para siempre a lo insignificante, atrapados por sus instintos primarios, sin comprender lo trascendente que es el ser humano! ¡Hay de quienes apenas comen, beben, respiran, trabajan en lo mismo y hacen sus necesidades más básicas, y todo sin hacer un solo razonamiento que los eleve como personas!

Y esto les ocurre a ricos y pobres, a educados y analfabetos. Por ejemplo, conozco millonarios que no disfrutan la vida. Almacenan mucho, pero tienen vacía la despensa de la alegría.

Son incapaces de ser útiles al prójimo. Son egoístas y acumuladores de fantasías, y no entienden, como dice un proverbio oriental, que sólo se tiene lo que se comparte.

Al limpiabotas de espíritu, con el tiempo, el cuello se le endurece y no puede volverse ni a los lados, salvo para decir que no cuando se le acerca la felicidad.

Es alguien triste, sin brillo (un espejo sin luz, dirían en mi campo). Incluso, la primera impresión que nos llega generalmente es negativa, algo le olfateamos que no nos convence. La faz delata al individuo, aunque sea alguien mayor, pues como dice Albert Camus: “por desgracia, después de cierta edad, todo hombre (y mujer) es responsable de su cara”.

Caminemos erguidos, orgullosos de nuestros actos, los cuales deben estar acordes con la moral universal. Hagamos el bien, preferiblemente en silencio, que Dios lo valora más. Seamos rectos, sin dejar de ser tolerantes en el buen sentido de la palabra, que las debilidades humanas están ahí y nadie en algún momento escapa a alguna de ellas.

Amemos la libertad, luchemos por la libertad, esa palabra que nos hace traspasar fronteras, nos aleja de los complejos y nos impulsa a plasmar huellas positivas en la sociedad.

Ser limpiabotas en nuestro caminar puede ser bueno o malo. Depende de nosotros, de nadie más. Si brillamos con amor los zapatos, cumpliremos correctamente nuestra misión; pero si nos limitamos a ver suelas y cordones, manteniéndonos estáticos, la caja de nuestra vida será alimento de polillas.

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