Sed de fama

Felipe es un joven muy sociable. Como todos, tiene un Blackberry con todas las redes sociales instaladas, muchos amigos en Facebook y followers en Twitter. Es lo que…

Felipe es un joven muy sociable. Como todos, tiene un Blackberry con todas las redes sociales instaladas, muchos amigos en Facebook y followers en Twitter. Es lo que podría decirse un tipo popular, de esos que no se pierde ni un solo bonche. A Felipe, de 27 años, suele vérsele en las fiestas y una que otra actividad social, pues gusta rozarse con gente conocida. Cuando ve a alguna personalidad en una actividad, le pide una foto que otro de sus compinches le toma con su BB y la sube de inmediato a la red. Y si hay medios de comunicación merodeando, procura ubicarse en un lugar privilegiado, donde puedan grabarlo y tomarle una foto.

La actitud de Felipe es muy común en estos días en los que nuestra sociedad le rinde culto a la fama como si fuera un dios. Aunque desde el punto de vista psicológico obtener algún tipo de reconocimiento es una actitud normal, cuando alcanza un nivel desmedido puede desencadenar serias consecuencias.

Aquel que para lograr «estar en el medio» es capaz de hacer lo que sea -hasta caer en lo ridículo-, tiene motivos que pueden justificar esta actitud. Factores sociales y psicológicos al que todos somos vulnerable.

5 millones, es la cifra aproximada de personas que en los Estados Unidos dicen que ser famoso es el objetivo más importante de su vida.

Una fama que tiene su historia

Ser reconocido no es una moda nueva. La fama ha existido desde el principio del mundo en todas las civilizaciones. En la mitología griega era reconocida como una diosa: «Feme». Fueron los romanos quienes le pusieron el nombre de fama, que significa «voz pública».

Tal como lo explica el sociólogo José Antinoe Fiallo, su influencia en las personas se identifica con claridad desde la siguiente perspectiva: «en todas las civilizaciones y en sus distintas condiciones sociales, ha existido un problema de fondo. Por ejemplo, en Roma existía lo que se llamaba Ciudades Estados. El que nacía en la Ciudad Estado era considerado ciudadano.

Prácticamente, los extranjeros, los esclavos (que eran muchos) no eran nada. Incluso las mujeres no tenían mucha importancia. Los varones ciudadanos eran los que tenían todo el poder. En todas las civilizaciones, incluyendo la nuestra, hay una dinámica interior que otorga posibilidades o no, a las personas que viven en ellas. Esas diferencias sociales estimulan lo que podemos llamar la codicia, el querer tener. En consecuencia se establecen las diferencias sociales y obviamente nadie quiere pertenecer a la clase desfavorecida.

«Hay una dinámica sociológica e histórica que establece diferencias sociales y que contribuye a crear una mentalidad del tener. Yo tengo que salir a la calle a buscar como sea. Hay personas que tienen porque están metidos en la dinámica de la revolución social y los que no, tienen que incorporar tras modalidades para integrar en sus recursos», explica Fiallo, quien es también historiador.

Hay conclusiones que indican cómo las personas pueden identificar la fama como un medio que les permita obtener ciertos beneficios. Eso podría explicar por qué se codicia incluso más que lo material, pues en sí misma te otorga bienes que el dinero solo no puede.

Para Fiallo, el interés de la persona es el que influye para desearla o no: «Eso depende del valor que le den las personas a la presencia o a la discreción. Hay personas que pueden tener muchas cosas (riquezas) y que no les interese llamar la atención. Puede ser que la discreción les convenga para que nadie averigüe cómo consiguió lo que tiene. Pero por el otro lado, existe una persona que necesite algo y es a través de la imagen que puede conseguirlo. Por eso busca colocarse en una situación ventajosa, para a través del reconocimiento obtener otras cosas», explica. La imagen es el factor externo, según advierte Fiallo, que se trabaja desde la cotidianidad hasta la consecuencia de un impacto.

El psicólogo clínico especialista en terapia cognoscitiva William Astwood, da otra perspectiva. Afirma que hay un abanico de posibilidades que se abre ante la necesidad de ser reconocidos. Es el caso de personas que por sus labores altruistas logran situarse en la palestra pública. Otros, como el caso de los políticos, lo hacen para conseguir a cambio una respuesta a su favor de la sociedad. «La presencia es un estímulo para que se te reconozca para algo», concluye.

El bien y el mal: dos principios

Decir que alcanzar la fama es un mal per se, sería una equivocación. Astwood dice que es una característica normal el querer sobresalir en las diferentes circunstancias que al ser humano le toca vivir. «Si te haces profesional quieres alcanzar lo máximo porque te lo mereces. Si cocinas un plato quieres que los que tengan la oportunidad de probarlo te feliciten. Si te dedicas a escribir quieres que sea aprobado por todo el que lo lea. La fama o el reconocimiento es lo que se espera por haber realizado una labor satisfactoria para los demás y para ti en particular. Visto desde esta perspectiva es considerado normal».

El especialista explica que se convierte en un problema cuando una persona se obsesiona con la idea de que tiene que estar por encima de los demás «a como cueste». Si aun conociendo sus deficiencias e incapacidades se cree superior y cree que merece el reconocimiento sin realizar esfuerzo alguno, es capaz de asumir comportamientos inadecuados, riesgosos y peligrosos, que pueden hacerle daño a él y/o a otras personas.

Astwood llama a este comportamiento una patología, la que se incrementa cuando la persona carece de una buena formación moral, espiritual y personal, «porque su objetivo en la vida se convierte en ser famoso y reconocido, no importa los mecanismos que se utilicen», señala.

El psicólogo lo ve como un juego en el que, si no se respetan los límites a los que estamos regidos los humanos, se imposibilita ver la realidad tal y como se nos presenta. «Si eres reconocido frecuentemente y no tienes en tu interior un fortalecimiento personal y espiritual, que te haga entender que no por ser reconocido constantemente estás por encima de los demás, sino que eres igual a ellos, estás derrotado”, asegura.

Antinoe Fiallo dice que hay un problema de fondo en la dinámica social, que responde al porqué el ser humano tiene una mentalidad de ser mejor que los demás. Lo define con una palabra: competitividad. «Hay una palabra que a mí particularmente no me gusta y es competitividad. El país tiene que competir, tú tienes que competir con el que está al lado tuyo hasta para tener una pareja. Esta competencia incita la codicia, el tener y entra en la dinámica social y la afecta, y así, la mentalidad de las personas».

Los medios de comunicación como impulso

En este tiempo, es fácil ser una figura pública, entre comillas. Los avances de la tecnología permiten que en cuestión de segundos una imagen pueda rodar a nivel nacional, internacional e incluso mundial. Los medios, que deben estar siempre a la vanguardia, se nutren de esta proliferación que incluye las mencionadas redes sociales.
Todo este capullo de tecnología funciona como una plataforma que coloca en una posición privilegiada lo se pose sobre ella.

No por casualidad se dice que los medios de comunicación son el «cuarto poder». Esta calificación fue dada en principio únicamente a la prensa previo a la Revolución Francesa por Edmund Burke. Incluso, una de las características dadas por muchos de los padres de la comunicación, como Harold Lasswell, es que los mass media tienen la capacidad de, además de informar, entretener y educar, dar prestigio. Por tanto, no hay dudas de que los medios de comunicación de masas juegan un papel significativo en el proceso de abandonar el anonimato, pues ellos tienen el poder de convertir en oro, cual Rey Midas, todo lo que tocan.

Hay una sed insaciable de ser popular. Investigaciones revelan que aproximadamente 5 millones de personas en los Estados Unidos dicen que ser famoso es el objetivo más importante de su vida. La idea de ser recordados hasta después de la muerte, se insiste que es por causa de los griegos.

El psicólogo de la Universidad de Arizona, Jeff Greenberg dijo en una entrevista que, a diferencia de la antigua Grecia, ahora no se necesita realizar nada realmente notable para alcanzar la fama. La plataforma que brindan los medios de comunicación y la Internet, son suficientes. Y si se tiene la oportunidad de llegar a ellos pese a no tener ningún mérito tienes más de la mitad del terreno ganado.

El auge de los reality shows es uno de los termómetros que permiten determinar el afán que existe de ser una «estrella». La variedad incluye tanto a personalidades ligadas al mundo del espectáculo como a desconocidos, que, una vez aparecen en estos programas, se lanzan al estrellato.

El The Truman Show, película protagonizada por el actor Jim Carrey, es una parodia a los reality shows sobre lo traumático que puede ser estar sometido a que miles de personas te observen todo el tiempo mientras te bañas o duermes.

Un estudio publicado en junio del año 2009, en la página web The Warp.com, revela que al menos 11 participantes de reality en los Estados Unidos se han suicidado. La alarmante cifra llevó a este país a fundar una organización que atienda los casos que han sido diagnosticados con este mal que ha sido denominado el Síndrome del Show de Truman, justamente por el filme antes mencionado protagonizado por Carrey.

El psicólogo Jamie Huysman es uno de los preocupados por estos casos. Compara la obsesión de una persona por estar en televisión con la adicción a las drogas, llegando a afectar incluso a los familiares. Por eso creó AfterTVCare en el 1992, un programa que hasta hoy ha tratado a más de 800 concursantes y familiares por este síndrome.

El padre del pop-art Andy Warhol decía que en el futuro todos tendrían 15 minutos de fama. Tal vez muchos se esfuerzan por hacerle honor a este enunciado. Pero que la fama sea tan codiciada se debe precisamente a que no todos pueden tocarla. Lo exclusivo – o sería mejor decir lo prohibido- siempre ha seducido al ser humano.

No todo lo que brilla es oro

Las consecuencias pueden ser fatales para aquellos participantes de realitys que son eliminados, o el programa llega a su fin y la fama junto con él.

¿Una enfermedad?

Un estudio sobre psicología clínica que fue realizado por científicos de la Universidad de California, descubrió que las personas diagnosticada con el síndrome maniático depresivo o que son de tendencia bipolar, se sienten más atraídas que los demás por el éxito, la fama y el dinero. Cuando no los logran, el resultado puede ser fatal. “No hay cosa que deprima más que descubrir que por lo que tú has luchado no es real”, advierte el psicólogo William Astwood. En consecuencia llegan las adicciones, incluso una crisis depresiva que puede llevar al suicidio.

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