Diez años atrás visitaba por primera vez San Martín, isla de las pequeñas Antillas, donde luego residí un tiempo. Al salir del aeropuerto, una atractiva valla de la cerveza dominicana más popular, resaltaba en la carretera. Me agradó que la amplia comunidad criolla allí tuviera su cerveza preferida y que gustara también a locales y extranjeros de otras nacionalidades. Inimaginable que por efecto de la globalización, que entonces sentaba la expansión de la emblemática marca criolla a San Martín y otros mercados caribeños, en un futuro cercano sería propiedad foránea. La operación de venta de la CND es positiva para la economía, el capital privado y la inversión extranjera. Pero perder ese icono como industria netamente dominicana duele, duele.

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