En términos generales, los dominicanos somos muy crédulos, confiamos en la gente muy rápido y andamos por las calles como si el peligro no existiera. Y ni cuando nos roban colocamos candados. Para nosotros, el prójimo es bueno.En cualquier encuentro nos encariñamos con el primero que nos simpatice y hasta lo invitamos a nuestro hogar. Saludamos, incluso, a quienes nunca habíamos visto, sin reparar en qué hace o de qué vive ese ciudadano.
Cuando conversamos con alguien nos esforzamos por “salir familia”, aunque sea lejano, o en todo caso buscamos la forma de conocer personas en común para luego exclamar: ¡qué mundo más chiquito! Nos caracterizamos, además, por demostrar que contamos con muchos amigos, y si alguien menciona un nombre, decimos: ¡ese es como mi hermano! Tener miles de contactos en nuestro facebook nos llena de orgullo. Esta conducta, me parece, demuestra la nobleza del corazón de nuestro pueblo, y es preferible ser así que andar con un delirio de persecución, con el ánimo alterado, pensando que todo el mundo quiere engañarnos y que en cualquier esquina céntrica e iluminada pueden asaltarnos, porque vemos un villano en cada rostro.
Ahora bien, ha llegado el momento en que debemos frenar un poco eso de creer en cualquier extraño que aparezca y de andar con tanta soltura, como si no existiera la maldad. Hay que estar más alertas en nuestra cotidianidad, pues hasta en ambientes normales han surgido problemas serios de delincuencia.
Y es que el espacio de la delincuencia crece más rápido que el espacio de la paz. Ya nuestro país cambió. Necesitamos perder algo de nuestra inocencia para no arriesgar nuestras vidas y propiedades. Es crudo decirlo. Debemos saber bien por dónde vamos, a quién visitamos y el ambiente que rodea ese lugar, independientemente de que en cualquier sitio puede ocurrirnos una desgracia, por más decentes y prudentes que seamos. Si bien es cierto que la mayoría de los dominicanos son sanos, existen algunos desalmados que por unos pesitos son capaces de asesinar y de destruir familias. Y generalmente las drogas están detrás de cada violación a la ley. Nuestra libertad de tránsito ya está limitada.
El problema de la delincuencia traspasa lo legal. Para vencer este mal se requiere una mayor equidad social e igualdad de oportunidades para todos, combinado con políticas preventivas de los crímenes y delitos y con instituciones investigadoras y sancionadoras, que no cedan espacio a la impunidad, reconociendo que hemos avanzado en el Poder Judicial y en el Ministerio Público. Pero mientras los cambios llegan, recordemos que la seguridad ciudadana también depende de nosotros, de cómo nos cuidemos para que no nos maten ni nos roben.