El sitio de Santo Domingo de 1805 (III)

La comunicación del general napoleónico Antoine Nicolas Kerverseau al Ministro de la Marina francesa justo después de la invasión de Toussaint al oriente para incorporar toda la isla a la colonia, territorio o provincia de Saint Domingue, a objeto&#82

La comunicación del general napoleónico Antoine Nicolas Kerverseau al Ministro de la Marina francesa justo después de la invasión de Toussaint al oriente para incorporar toda la isla a la colonia, territorio o provincia de Saint Domingue, a objeto de cumplir con el Acuerdo de Paz de Basilea que entregaba la totalidad de tal área geográfica de la isla de Santo Domingo a la soberanía de Francia.

Parte de un párrafo de esa carta la cito desde BAGN, 1938-2 en traducción libre mía desde la lengua francesa. De su lectura puede inferirse la fortaleza militar, la unidad y la capacidad destructiva del enemigo que enfrentaba la expedición napoleónica que llegó a la isla a restablecer la esclavitud como modo de producción a un enemigo que había acudido a la guerra de exterminio del enemigo francés para no retornar a la condición esclavista. Mientras, puede percibirse de las palabras de Kerversau su desesperanza de someter a los negros y a los esclavos y mulatos libres, quienes pensaba no aceptarían ser sometidos de nuevo ni a la autoridad, ni a la ley ni al orden de Francia.

Escribe Kerverseau, como especie de crítica a las negociaciones que se sustentaban para adquirir de los Estados Unidos la Louisiana y con ella sustituir a la rica colonia de Saint Domingue:

“Se ha exagerado la fertilidad del suelo, la pretendida disminución que el nuevo régimen debería lograr en los costos de cultivo, la riqueza de sus minas, etc.; su imaginación se complace con reunir el oro de Lotosa con las delicias del Yemen, siempre con el deseo de ver el St. Domingue de 1788, de vida opulenta y voluptuosa, mientras todo el mundo cierra sus ojos al St. Domingue de 1793. Esta tierra de desolación y de muerte, toda cubierta de cenizas, toda humeante de sangre, devastada, desgarrada, incendiada por las mismas manos que la hicieron tan floreciente, se ha olvidado que los desórdenes de estos días son apenas reparables por siglos de trabajo, que todos los dones de la naturaleza y del cielo no son nada sin la industria que las convierte en obras, que los prodigios de esta industria son el resultado de un concurso de voluntades y esfuerzos orientados hacia el bien común y que tal concurso es imposible sin la más perfecta seguridad de quienes ponen la dirección y la más completa subordinación de quienes la reciben, y por consecuencia que no puede, en ningún país, existir agricultura, ni comercio, ni prosperidad sin jerarquía, sin orden y sin ley”.

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