Sobre la democracia

Seguro la “democracia” es el mejor –o por lo menos el menos malo- de los regímenes políticos conocidos. Grandes deficiencias la acompañan y dejan, las más de las veces, el concepto hueco. Teniendo por “democracia” un cascarón vacío,…

Seguro la “democracia” es el mejor –o por lo menos el menos malo- de los regímenes políticos conocidos. Grandes deficiencias la acompañan y dejan, las más de las veces, el concepto hueco. Teniendo por “democracia” un cascarón vacío, sin contenido. Pero es un régimen perfectible. Lo cual permite la posibilidad de la terca esperanza.

Debió ser un extraordinario espectáculo en la antigüedad asistir a la plaza pública –el ágora-, a plantear ideas y buscar consenso entre sus pares, en un ejercicio directo del poder. Ponerse de acuerdo dos mil o tres mil personas, sobre temas de interés general, dentro de un clima de libertad individual y de respeto por la disidencia, es el instante supremo e irrepetible de la concreción de la democracia “pura”.

Ahora bien, “la polis” tenía muchas limitaciones producidas, precisamente, por ese “ejercicio directo del poder”: necesitaba mucho espacio, no todos los ciudadanos podían participar de las deliberaciones. Entonces, hubo necesidad de la “representación”, pues “la democracia de la polis” estaba limitada al espacio geográfico de la ciudad.

Según Giovanni Sartori: “En Atenas, las decisiones se adoptaban en parte por aclamación y en parte por un consejo de 500 miembros…” (La democracia en 30 lecciones, 59).

Además, aún no existía un Estado como lo conocemos hoy, sino ciudades independientes con “democracia directa”. “Para llevar a cabo esta transformación de la ciudad al Estado sin perder la democracia hicieron falta más de dos mil años”, (Op. Cit., 60). Durante este tiempo la democracia representativa o liberal, como la conocemos hoy, se hizo muy distinta a la “directa” que nació en Grecia. Como afirma Sartori, aquella era un régimen de vencedores y vencidos, donde las decisiones eran de “suma cero”: todo o nada. Mientras que en la actual, según el maestro italiano, las decisiones son de “suma positiva” y “permite que todo el mundo consiga algo”.

Esta visión académica, al observarla con la lupa de la “práctica” democrática y de la “calidad” de la misma, parece desvanecerse en el libro o tratado, o esconderse en una esquina sin oyentes del aula universitaria. Sin embargo, aún con todas sus deficiencias formales, institucionales, administrativas y políticas (por ejemplo, falta de un efectivo régimen de consecuencias, de un sistema de “contra pesos”, de un poder de contraloría real, de una rendición de cuentas constante y cierta y de una verdadera independencia de los órganos del poder que hagan real la democracia más allá del idílico texto constitucional), debe ser el “menos malo” de los sistemas posibles. También faltan cosas de apariencia simple, como la solidaridad o la “la sencilla idea de que lo que le sucede a nuestro vecino no debe sernos indiferente (…) y en el convencimiento de que si suficientes personas creen realmente en esto y viven según esos preceptos, es posible que aunque no podamos resolver todos los problemas, sí podamos avanzar en cosas importantes”. (Barak Obama: La audacia de la esperanza, 4). Es solo ponernos a la obra, de forma crítica pero constructiva, para beneficio de todos. 

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