Son derechos humanos, no de sexo

Hace cuchumil años me causaba risa y ganas de burla la lucha de un grupo de féminas en favor de los derechos de la mujer, encabezado…

Hace cuchumil años me causaba risa y ganas de burla la lucha de un grupo de féminas en favor de los derechos de la mujer, encabezado por luchadoras fanáticas cuya principal característica parecía ser el rechazo a haber nacido sin pene.

No eran posibles, sino avances insignificantes dentro de márgenes estrechos de conveniencia para medios noticiosos que otorgaban espacio a actos y declaraciones de mujeres heterofóbicas que, nacidas de sexo equivocado, no eran tomadas seriamente por sus congéneres ni por instituciones sociales, aunque conseguían titulares, casi siempre extemporáneos.

Porque son ciertas la conducta violenta del macho troglodita y la falta de igualdad de la mujer en el empleo, se siente que todavía tenemos un trecho por recorrer, que ahora encabezan profesionales no especializados en derecho, sino en denuncias de chismes de familia que la prensa amarilla fomenta. Porque, dígame usted la trascendencia social de leer que una bestia dejó sin uno de sus ojos a la madre de sus hijos, como si la publicación de la noticia fuera motivo para impedir que el hecho se repita.

Tanto los profesionales que critican el machismo en nuestra sociedad como los relatores de sus efectos olvidan que la lucha por los derechos humanos tiene aquí en esta tierra una historia grande.

La más grande de los últimos cinco siglos, iniciada por la congregación de los Dominicos en el Santo Domingo de 1511 con el Sermón o Discurso de Adviento que criminalizaba por inhumano el trato que autoridades y colonos españoles daban a aborígenes sin distinción de edad o sexo, en momentos en que la esclavitud era gran negocio y al nativo se le negaba su condición humana y su capacidad para organizar su vida social.

Justa lucha que hicieron suya los movimientos, ideologías y organizaciones que desde entonces se vistieron de lujo incluyendo entre sus designios la igualdad, finalmente consagrada en la Declaración de los Derechos del Hombre el 26 de agosto de 1789 por la República Francesa.

La condición de trato igual no se consigue hablando vacuencias ni presentando en la prensa escrita o hablada ocasiones en que cualquiera maldito energúmeno viola la ley, o cuando algún licenciado bien o mal formado en las ciencias del comportamiento humano detecta desviaciones a sus convicciones personales o profesionales e inicia una perorata sobre un dominicano que se inventa para justificar la mala conducta.

La violación a la ley se combate con el sometimiento a la ley.
Más aun, esos mismos criticones tienen derecho a presentar querellas, pero nunca lo hacen. ¿Por qué mejor prefieren la basura que escriben periodistas amarillos? l

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