El Sveriges Riksbanks es el culpable

El pasado 28 de marzo, Moisés Naím, un destacado economista y politólogo venezolano que mantiene una columna en El País, escribió un interesante y controversial artículo titulado “La fraudulenta superioridad de los economistas”, calificativo&#82

El pasado 28 de marzo, Moisés Naím, un destacado economista y politólogo venezolano que mantiene una columna en El País, escribió un interesante y controversial artículo titulado “La fraudulenta superioridad de los economistas”, calificativo tomado del título del artículo “La Superioridad de los Economistas” de Fourcade, Ollion y Algan (FOA) en el Journal of Economic Perspectives (JEP), Vol. 29, #1, Winter 2015, pp. 89-114.

Lo primero que me llama la atención es lo de la superioridad. Desconocía que los economistas nos sentíamos superiores en comparación con otras ramas de las ciencias sociales, del comportamiento humano y morales como la política, la sociología, la sicología, la filosofía o la ética. No tenemos ninguna base seria para justificar el sentimiento de superioridad. Todas las ramas que no caen en el ámbito de las ciencias puras o exactas y que tratan de predecir del comportamiento de variables políticas, económicas, sociales y humanas, están sujetas a incurrir permanentemente en errores. La razón es muy sencilla: todas tienen que hacer supuestos heroicos sobre el comportamiento esperado del homo economicus de Persky, el homo politicus de Platón, el homo sociologicus de Dahrendorf, el homo filosoficus de Cassam, el homo sicologicus de Cohen o los homos eticus y religiosus a los que se refirió en 1906 Pareto en su Manual de Política Económica.

La economía, como la política, la sociología, la sicología y la filosofía no pueden prever con exactitud los acontecimientos económicos, políticos, sociales, ni las reacciones y comportamientos del homo sapiens cuando es expuesto a los experimentos, tratamientos, normas y protocolos en el campo la sicología, la filosofía y la ética. Ninguna de las ciencias sociales puede ponerse al lado de las ciencias puras o exactas como las matemáticas, la física y la química. Ningún “científico social”, a menos que haya perdido el juicio, puede sentirse superior a su contraparte en el mundo de las matemáticas, la física o la química.

La aparente superioridad frente a otros científicos sociales y la arrogancia rigurosamente confirmada de los economistas a la que se refiere Naím cuando indica que en un artículo publicado hace 10 años en el Journal of Economic Perspectives (JEP), el 77% de los estudiantes de doctorado en economía de las más prestigiosas universidades norteamericanas respondió que “la economía es la ciencia social más científica”, pueden deberse a decisiones probablemente erróneas que se tomaron hace varias décadas y que podrían haber llevado a los economistas a pensar que la suya es una ciencia social superior, más cercana a las ciencias puras que la política, la sociología o la sicología.

Algunos perciben que al ser la economía la ciencia social que más se ha expuesto a la incursión de las matemáticas para tratar de construir teorías explicativas de un abanico de fenómenos económicos, puede haber contribuido a la percepción de superioridad que parecen exhibir los economistas. Este aparente complejo de superioridad puede haberse magnificado a partir de 1968 cuando el Sveriges Riksbanks, el Banco de Suecia, decidió proveer los fondos para el otorgamiento del Premio Nobel de Economía a ser administrado por la Real Academia de Ciencias de Suecia. No se otorgan Premios Nobel en Política, Sociología, Sicología y Filosofía. Pero sí en Economía. Como también se otorgan en Física, Química y Medicina, los economistas podemos haber llegado a creernos que nuestra “ciencia” es superior, pues en la premiación los economistas comparten con físicos, químicos, biólogos e investigadores en el ámbito de la medicina. A los matemáticos se les otorga un premio separado, el Premio Abel que confiere desde el 2003 la Academia Noruega de las Ciencias y las Letras.

Hay dos formas de eliminar la supuesta superioridad y arrogancia de los economistas. La primera sería el otorgamiento de Premios Nobel en Ciencias Políticas, Sociología, Sicología y Filosofía. El problema es que no parece seguro que el Banco de Suecia esté dispuesto a poner la plata necesaria. No está claro si habría interés de algunas empresas o instituciones globales dispuestas a apoyar financieramente estos premios.

Es por eso que la mejor alternativa para acabar con la referida superioridad y arrogancia de los economistas es la eliminación del Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel. Friedrich von Hayek, que recibió el Premio Nobel de Economía en 1974, al pedírsele su opinión sobre el premio, respondió que “estaba fuertemente en contra” de la creación del mismo pues ningún economista debería ser escogido como referencia en un área tan compleja como la economía. Lamentablemente, nadie le hizo caso a Hayek y hoy nos encontramos con un ejército de economistas en todo el mundo que mira con lástima a los demás colegas de las ciencias sociales no premiadas.

Naím señala también que “a los economistas les convendría cambiar su arrogancia intelectual por una actitud más humilde y ver qué pueden aprender de otros”. Considera que el hecho de que la mayoría de los artículos citados por los economistas en las principales revistas especializadas en economía son artículos escritos por otros economistas, es una demostración clara del desdén que sienten los economistas por sus colegas de las demás ciencias sociales.

No estoy totalmente seguro de que pueda llegarse a la conclusión de déficit de humildad de los economistas a la que llega Naím, partiendo del hallazgo de FOA de que los economistas que publicaron artículos en el American Economic Review en el período 2000-2009, citan en el 40% de los casos, artículos publicados en las demás 24 revistas especializadas de economía, contra 0.3% y 0.8% de artículos publicados en las de sociología y ciencias políticas, respectivamente.

Es posible que el análisis de FOA no haya ponderado el hecho de que no todos los que escriben en las revistas especializadas de economía son economistas de formación. La economía es posiblemente una de las ciencias sociales más democráticas y abiertas a la incursión de científicos puros y sociales en su territorio. La apertura de la economía a los matemáticos es total. Matemáticos como Leonid Kantorovich (1975), Tjalling Koopmans (1975), Gerard Debreu (1983), John Nash (1994), Clive Granger (2003), Robert Aumman (2005), Eric Maskin (2007), Roger B. Myerson (2007), Lloyd Shapley (2012) y Alvin Roth (2012) ganaron en los años indicados del Premio Nobel de Economía, el cual es decidido por un Comité conformado por cinco economistas. John Von Newman, el brillante matemático puro y aplicado, físico, inventor, erudito y políglota húngaro, no lo ganó porque murió en 1957, antes de que se creara.

Pero también lo han ganado el sicólogo Daniel Kahneman (2002) y politólogos (Ph.D en ciencias políticas) como Herbert A. Simon (1978) y Elinor Ostrom (2009).

John Harsanyi, que ganó el Nobel de Economía, aunque estudió economía de noche en la Universidad de Sidney y luego obtuvo su Ph.D en Stanford, previamente había estudiado ingeniería química, farmacología, obtenido dos PhD en filosofía y sociología, y estudiado teología bajo la orden de los Dominicos. El propio Hayek era abogado, filósofo y economista. Uno de los más grandes economistas de la historia, Alfred Marshall, estudió matemáticas, física, filosofía, ciencias morales (metafísica y ética), antes de incursionar en el estudio de la economía política. ¿Era Adam Smith economista? No. Estudió filosofía social en la Universidad de Glasgow y en el Balliol College de Oxford. David Ricardo, el padre de la teoría de la ventaja comparativa, no estudió economía, pues desde los 14 años comenzó a trabajar con su padre, separándose luego para dedicarse a la especulación. ¿Y Schumpeter? Se doctoró en leyes en la Universidad de Viena.

Como se puede advertir, la “ciencia económica” está abierta a las ciencias puras y las demás ciencias sociales. Lo que hoy conocemos como “ciencia económica” es un brebaje preparado por economistas, matemáticos, estadísticos, sicólogos, politólogos, sociólogos, juristas, filosófos, “cientistas” morales y hasta especuladores.

Hace unos años el brillante neurocirujano dominicano José Joaquín Puello me comentó que le sorprendía cómo en nuestro país, cualquiera, independientemente de si tenía o no formación en economía, opinaba de economía. Ese ejemplo refleja la apertura natural de la que nunca podrá sustraerse la llamada “ciencia económica” a la incursión de otras ramas en la conformación de una “ciencia” que cambia a diario, arrastrada no sólo por la supuesta racionalidad del homo economicus, sino por las sacudidas de los genes politicus, sociologicus, filosoficus y sicologicus, eticus y religiosus del homo. La economía es y debe seguir siendo, una ciencia humilde. La neurocirugía, por suerte, le comenté a José Joaquín, siempre ha sido un área del conocimiento menos democrática. 

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