Tanto esfuerzo en vano

Pasar de la alegría a la tristeza es un proceso que puede verse como normal dentro de la filosofía de la vida. Pero que la transición sea por un acto de imprudencia parece lo más estúpido que pueda ocurrir.También es una sinrazón…

Pasar de la alegría a la tristeza es un proceso que puede verse como normal dentro de la filosofía de la vida. Pero que la transición sea por un acto de imprudencia parece lo más estúpido que pueda ocurrir.

También es una sinrazón comparar cifras trágicas de fechas similares. Que en tal o cual temporada festiva hubo más o menos muertes debería ser una comparación proscrita.

Pero es un método para evaluar el éxito o fracaso relativos a los operativos que se montan para evitar tragedias.

Después de todo, el balance final pone a pensar si valió la pena el esfuerzo colectivo realizado, si el despliegue y su costo se correspondieron o si fue solo un ejercicio de buena intención.

Desplegar decenas de miles de personas por paradas y carreteras, difundir numerosos mensajes recomendando prudencia y aconsejando civismo en el comportamiento son esfuerzos que por los resultados finales de hechos trágicos parecen cumplir un resumen fatalista: los consejos entran por un oído y salen por el otro, sin previamente haber sido procesados en el cerebro.

Es como si una especie de euforia colectiva se incubara en el comportamiento de las personas. La prisa se apodera de todos. Los conductores, especialmente los de motocicletas, tienden a manejar con más rapidez, como si estuvieran en una carrera contra el tiempo. Olvidan que la prisa es mala consejera y desconocen las normas que rigen el tránsito y el sentido de la prudencia.

Un balance de 353 accidentes con 20 muertos en la recién finalizada fiesta de Nochebuena y Navidad, nos induce a decir ¡qué pena!, que después de un gran esfuerzo se produjeran tantas muertes.
Algo no funciona bien. l

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