¿Qué pasa en la sociedad cuando vemos retornar a Quirino, Toño Leña, Joselito.com, Maconi y compañía, y todos esos señores libres y forrados de billetes, después de pasar unos años en los paraísos carcelarios de los Estados Unidos?
¿Qué piensan esos muchachos de los barrios que aspiran a ponerse tenis de marca, poseer un reloj caro, pasar por una de las tiendas de la Churchill, montados en yipetas de último modelo… ellos, que no tuvieron oportunidad de ir a una escuela, y menos aún, soñar con la universidad?
¿Qué piensan los jóvenes que viajan a pleno sol, a pie, o en cola de camioneta, de una comunidad rural al municipio, para alcanzar la intermedia o hacerse bachilleres; o esos que se queman las pestañas con una vela o una lamparita para lograr una profesión?
¿Qué se dirá el trabajador de día a día, el pequeño comerciante, el chiripero que recorre media ciudad buscando apenas lo básico para sobrevivir?
¿Y los mismos jóvenes y adultos que alcanzaron una carrera universitaria que no ejercen, porque no encuentran un trabajo digno?
Nadie puede precisar con propiedad, ni siquiera mediante investigaciones de campo, qué piensa cada uno de los dominicanos cuando ven estos hechos.
Puede ser que la indignación recorra sus sentidos, que pronuncien expresiones de desahogo, pero nadie a ciencia cierta puede desentrañar el malestar que se anida en la sociedad, que ya tiene de lastre la corrupción sin consecuencia, sin sanción.
Asumimos que a la postre la credibilidad de las instituciones será erosionada. Y no hay que dudar que surjan tendencias que amenacen la cohesión social. Terminamos victimizando el sistema político y social.
Es necesario que se accione para detener todo esto. La República no puede ser burlada sistemáticamente.
Mientras, sencillamente, los buenos deben seguir cumpliendo con sus deberes, con la ley, con la esperanza de que en algún momento el liderazgo entienda que todos estos problemas tienen que ser encarados a fondo.
Es una tarea de todos.
