Temores de una niña

Hace unos meses escribí sobre la resistencia a crecer de mi hija Lisbeth. Ella duró muchos meses diciendo que no quería ser grande, como si supiera las complicaciones que conlleva la vida de adulto.

Hace unos meses escribí sobre la resistencia a crecer de mi hija Lisbeth. Ella duró muchos meses diciendo que no quería ser grande, como si supiera las complicaciones que conlleva la vida de adulto. Primero decía que si crecía ya no sería la niña de la casa. La misma razón por la cual no quiere tener más hermanos. Después se refugiaba en su condición de hermana menor para hacer que su hermana mayor hiciera todo por ella. Algo que, por supuesto, le corregí enérgicamente. Pero nada la hace entender que los años pasan y que las personas nacen pequeñas como ella y luego pasan por distintas etapas hasta convertirse en adultos mayores. Luego de muchos meses sin hacer referencia a su deseo de permanecer chiquita, desde el pasado mes comenzó a repetir sin cesar que no quiere ser grande. Esta vez me senté con ella y hablamos. Le pregunté sobre lo que le había pedido a los Reyes Magos, y sobre los preparativos que ella y su hermana Ashley hacían para la llegada de éstos y sus cansados y hambrientos camellos. Así fuimos conversando de diferentes temas de su interés. Cuando me dijo que Ashley había hecho la carta a los Reyes, porque ella aun no sabía leer, le dije que ya era hora de que ella misma hiciera su carta y escribiera sus peticiones. Me dijo: “mami tú sabes que soy pequeña, que aún no sé leer. Además yo no quiero leer, porque los grandes son los que saben leer y escribir, y yo no quiero crecer”. Mirándola fijamente, le dije que quería saber por qué deseaba seguir siendo pequeña y luego de una breve pausa y casi a punto de llorar, me respondió que si ella crecía, entonces: “tú, mi tío Miguel y mi tío Johnny se van a poner viejos y mis abuelitos se van a morir, y yo no quiero”. Me partió el alma su temor, un temor que en cierto modo comparto con ella. Como adulta sé que estamos de paso en la vida y que somos mortales, que desde que abrimos los ojos a este mundo venimos con un tiempo medido, que vivimos con la seguridad de que un día dejaremos de vivir. Sin embargo, no pude evitar sentir cierta felicidad, al darme cuenta que esta vez, mi pequeña no estaba pensando en ella, sino que su preocupación éramos sus seres queridos. Espero que cuando crezca sepa que el amor perdura más allá del cuerpo y la piel, que es un sentimiento que anida en el alma y que nos llevamos en el corazón, aunque quien nos lo brindara haya partido de este mundo.

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