Tiempo, lenguaje y destino de una obra impar: Don Quijote de la Mancha (1 de 3)

La doctora Ofelia Berrido, novelista y tutora cultural apasionada, me invitó a participar en su tertulia literaria ‘Letras de la Academia’, que se reúne el primer sábado de cada mes en la casa de la Academia Dominicana de la Lengua. Quiso ella&#823

La doctora Ofelia Berrido, novelista y tutora cultural apasionada, me invitó a participar en su tertulia literaria ‘Letras de la Academia’, que se reúne el primer sábado de cada mes en la casa de la Academia Dominicana de la Lengua. Quiso ella que mi intervención discurriera en torno a Don Quijote de la Mancha, la mágica novela de Miguel de Cervantes. Acepté su proposición, no sin turbadoras aprensiones. Porque no era tarea menuda aquella de sintetizar en unas exiguas palabras, acaso en algunas brevísimas imágenes, la infinitud verbal y la pesantez psicológica contenida en esos folios insuperables. En tal caso, mi disertación –es imprescindible hacer esta salvedad– abordó la materia quijotesca sólo desde un plano elemental, digamos, meramente primario.

Apenas traté de que se entendiera el argumento que da vida al relato, tanto como la estructura del libro, la vida de Cervantes, la España en que se gesta la obra, el lenguaje (o los lenguajes) del universo quijotesco, la perspectiva histórica del libro y su destino. No sé, ciertamente, si me fue dable consumar tan ímprobo quehacer. A cargo de ustedes, apreciados lectores, queda el juicio apodíctico a esta osadía.

El relato

La historia parecería muy simple: apenas la vida de un hidalgo de la Mancha de unos 50 años, que tras leer muchos libros de caballería, un género popular en el siglo XVI, decide disfrazarse de caballero andante y embarcarse en una serie de aventuras con su viejo caballo Rocinante. Tiene como fin “irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio y poniéndose en ocasiones y peligro donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama” (Parte 1, Cap. 1).

Siguiendo la tradición caballeresca, Don Quijote se encomienda a Dulcinea del Toboso, una figura imaginada por él. En el mundo del Quijote nada es lo que aparenta ser. Los molinos son gigantes, las posadas son castillos, las plebeyas son princesas y los títeres son moros. Durante estas andanzas, los caminos de Don Quijote y Sancho Panza, su escudero, se cruzan con otros personajes que cuentan sus historias. Pero no todas las aventuras son divertidas ni graciosas –en algunas, especialmente en la segunda parte– Don Quijote y Sancho Panza se convierten en los blancos de burlas y engaños. Al final, Don Quijote ya no es el personaje cómico y burlesco.

Yace él en su lecho de muerte durante seis días, presa de fiebres y desmayos. Su lucidez mental no se ve opacada ni siquiera con el avance del deterioro físico. Lo visitan (o le acompañan) el Cura, el Bachiller, el Barbero, Sancho, el Ama de Llaves y la sobrina. Don Quijote hace su testamento, se confiesa ante el Cura y reniega de su angustiosa vida pasada cuando era El Caballero de la Triste Figura.  Sancho le ruega que no se muera así, que no se deje morir de ese modo. Don Quijote admite el error de haber creído en la existencia de los hombres de caballería. Pero los personajes que le rodean se han “quijotizado” y necesitan de ese héroe, gracias al cual ya ellos no son los mismos. Sin embargo, nada le hace cambiar de opinión a Don Quijote, quien, consciente de sus locuras pasadas, no quiere abandonar este mundo con el estigma de loco.

Pero aquella escena es rigurosamente falsa. Don Quijote es irreal y tan sólo encarna un signo, un tropo. Quien muere es Alonso Quijano el Bueno. Don Quijote, el metafísico, el incorpóreo, ha escapado del escenario de aquella muerte “tan cuerda y tan cristiana”, como la definiera don Marcelino Menéndez y Pelayo.

La estructura del libro

La novela se divide en dos tomos (de 52 y 74 capítulos, respectivamente) que narran la historia del hidalgo manchego al estilo de las novelas caballerescas. La primera parte del libro fue publicada en 1605; diez años más tarde la segunda, en el 1615. También se puede dividir la obra en tres salidas. La primera es del capítulo primero al octavo, la segunda es el resto del primer tomo y la tercera ocupa toda la segunda parte de la novela.

Se narra en primera persona, aunque parece tercera persona en la mayor parte del libro. Una de las pocas instancias en las que se percibe la narración en primera persona es al inicio, en una famosísima línea: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…” (Parte 1, Cap. 1). Con mucha frecuencia predomina el coloquio, especialmente entre Don Quijote y Sancho Panza.

La novela de Cervantes es una obra renacentista por su humanismo, pero con rasgos barrocos: el desengaño, el ambiente teatral, las apariencias falsas.  Si bien se trata de una parodia de los libros de caballería, en la que corren el diálogo y las historias intercaladas (que vienen de otros personajes con quienes don Quijote se encuentra en sus andanzas), tal circunstancia favorece el empleo de diferentes estilos narrativos. El relato pastoril, la novela sentimental, la novela picaresca y la novela italiana son algunos ejemplos. Además aparece la tradición popular en los cuentos y refranes (la “sabiduría popular”) de Sancho Panza. También el texto incorpora formas poéticas, como viejos romances caballerescos, canciones y sonetos.

Entre los temas principales de la obra está la defensa del libre albedrío. Durante el episodio de los galeotes encadenados, Don Quijote dice: “Aunque bien sé que no hay hechizos en el mundo que puedan mover y forzar la voluntad, como algunos simples piensan; que es libre nuestro albedrío, y no hay yerba ni encanto que le fuerce” (Parte I, Cap. 22). Y más adelante dice: “[…] porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres” (Parte I, Cap. 22).

Otro de los temas es la confrontación de lo real y lo irreal: Cervantes juega con esta dualidad en diferentes planos, siempre borrando la línea entre la realidad y la quimera. Comienza con la cuestión de la autoría. Cervantes hace ficción al decir que encontró la traducción del texto de Don Quijote en Toledo. Y explica que el autor es Cide Hamete Benengeli, un personaje ficticio, un supuesto historiador musulmán.

Otro ejemplo es el tema de la identidad de Don Quijote. ¿Es quien es o quien procura ser? También aparece este argumento en el episodio de la Cueva de Montesinos. Nadie cree que Don Quijote vio lo que dijo haber visto. De hecho, hay una pausa en la trama en que Cervantes señala que el traductor encontró razones escritas por Cide Hamete, sobre la duda que éste tenía con respecto a la veracidad de dicho cuento. En el episodio del retablo del Maese Pedro, Don Quijote comienza a arremeter contra los títeres, como si lo ocurrido en el escenario fuera real. El espectáculo de los títeres es muy visual y su reacción es similar a la de los espectadores de una obra de teatro, en la que lloran, gritan y tienen miedo porque confunden la realidad con la ficción.

Pero el tema esencial de esta gran novela es la locura. Todos piensan que Don Quijote está loco, aunque, según don Américo Castro, se trata sólo de una locura instrumental. Es decir, que la supuesta demencia del protagonista le sirve para crear su propia realidad y vivir según sus apropiadas reglas. Aquí entra la fe. Para don Quijote, la importancia de la fe supera la de la realidad, y hasta llega a admitir que no le importa tanto si Dulcinea realmente existe o no.

Si algo del mundo real no coincide con su ideal, él inventa excusas para justificar la situación y cree vehementemente en ellas. Por ejemplo, dirá que el castillo está encantado o, tal vez, culpa a un fantasma para justificarse. En otros momentos, no obstante, el protagonista actúa con mucha cordura. Para emprender sus aventuras de caballería en un mundo ya transformado, regresa a la casa a buscar dinero y ropa limpia: detalles mundanos que nunca aparecen en los libros caballerescos. Esta coexistencia de cordura y demencia resalta desde un principio cuando Don Quijote afirma que sabe quién es y quién puede ser.

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