Tiempo para actuar

Una de las cosas  que más daño ha hecho a nuestro país es la incapacidad de tomar decisiones por temor a enfrentar la raíz de los problemas, buscando alternativas supuestamente  provisionales que no los resuelven  y peor aún, que generan otros.

Una de las cosas  que más daño ha hecho a nuestro país es la incapacidad de tomar decisiones por temor a enfrentar la raíz de los problemas, buscando alternativas supuestamente  provisionales que no los resuelven  y peor aún, que generan otros.

La lista de situaciones provisionales que se han convertido en permanentes es muy larga, como también lo es la  de incumplimientos a mandatos  legales que ordenan  realizar acciones en plazos perentorios.

Y es que el cortoplacismo nubla  la razón e impide que se entienda que no siempre es posible arreglar las cargas en el camino, por aquello de que árbol que crece torcido nunca su rama endereza.

La Ley de Seguridad Social es sin lugar a dudas una de las más importantes conquistas ciudadanas, sin embargo su sostenibilidad está amenazada por decisiones demoradas por presiones grupales, como la implementación del primer nivel de atención o atención primaria, las tarifas de referencia para los honorarios profesionales y la instauración de la red pública de salud.

Algo parecido está sucediendo con la educación.  A pesar del anuncio de que se ha arribado a un pacto por la reforma educativa,  lo que pudo ser consensuado son más bien postulados de buena voluntad y no decisiones precisas sujetas a un cronograma de acciones, habiendo quedado sin solución la mayoría de los escollos fundamentales de nuestro sistema educativo, debido al  disenso  de los responsables del calamitoso estado de cosas.

De esta forma  difícilmente podremos transformar las causas que han hecho que tengamos un sistema educativo  tan deficiente que  estemos  en los últimos lugares  del mundo en todas las mediciones internacionales.

Los verdaderos líderes son aquellos dispuestos a  tomar decisiones fundamentales para su entorno aunque las mismas generen resistencias y antipatías de parte de aquellos que no quieren salir de su zona de confort, aunque esto provoque graves perjuicios para la mayoría.

Los argumentos tradicionalmente utilizados de que no se  pueden perder conquistas, de que hay que preservar cosas por insostenibles y disfuncionales que sean o el demonizado epíteto de  privatización, muchas veces esconden egoísmos, defensa de intereses espurios o mantenimiento de privilegios, discrecionalidades,  fuentes de empleos y contratos para unos cuantos.

Lamentablemente en nuestro país hemos  perdido muchas veces la oportunidad de hacer cosas por temor a crear disgustos en aquellos que se resisten a los cambios,  pues nuestras autoridades han querido  siempre tener lo mejor de los mundos, reformar en el papel pero mantener el estatus quo en la realidad o acomodar las cosas para que los procesos inicien provisionalmente, postergando las  decisiones necesarias.

Hacen falta verdaderos liderazgos que estén dispuestos a  asumir  las consecuencias negativas inmediatas de decisiones ineludibles para el país, cuyos beneficios para la colectividad  se verán en el mediano plazo.  Debemos recordar lo dicho por  Jesucristo de que  no vino a traer la paz a la tierra sino la guerra o la disensión, porque estaba consciente de que su mensaje enfrentaba a la sociedad de su época y dividiría hasta a las familias.  Ojalá que nuestras autoridades entiendan que es tiempo para actuar por el bien de la mayoría, aunque generen disensión.

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