Todos los caminos conducen al Bósforo

En estos días en que los líderes eurozonistas y griegos imitan al avestruz al enterrar sus cabezas para no reconocer la insensatez de mantener a Grecia bajo la rigidez del euro, convendría revisar lo sucedido en Turquía durante las últimas décadas.&

En estos días en que los líderes eurozonistas y griegos imitan al avestruz al enterrar sus cabezas para no reconocer la insensatez de mantener a Grecia bajo la rigidez del euro, convendría revisar lo sucedido en Turquía durante las últimas décadas.

Turquía exhibió uno de los desórdenes macroeconómicos más alarmantes del mundo desde finales de los setenta hasta el 2001. Grandes déficit fiscales financiados monetariamente dieron como resultado años de inflación galopante. Comenzando en 1994, tres intensas recesiones –dos de ellas provocadas por crisis financieras-, sacaron a flote las serias rigidices estructurales de la economía turca, la debilidad de las finanzas públicas y la bajísima credibilidad que los agentes económicos tenían en las políticas públicas.

Turquía no enfrentaba la rigidez de una moneda comunitaria como el euro. En consecuencia, el caos macroeconómico no se resguardaba detrás del financiamiento externo ilimitado provisto por los comunes, sino en la devaluación galopante de la lira turca, que a su vez daba paso al regresivo impuesto inflacionario. Mientras el dólar se canjeaba a final de 1990 por 2,933 liras turcas (LT), el financiamiento monetario de los déficit fiscales y la pérdida total de credibilidad en una política monetaria que no contaba con un ancla nominal creíble para guiar las expectativas, llevaron la tasa de cambio a 542,703 LT a final de 1999. La iliquidez que afectó a varios bancos turcos en el 2000 desencadenó una enorme crisis bancaria y cuantiosas pérdidas de reservas, llevando la tasa de cambio a 675,004 LT a final del 2000. El surgimiento de serias tensiones políticas en medio de un déficit fiscal de 12.5% del PIB y la incertidumbre global que añadió el 9/11, desencadenaron una hiper-devaluación que llevó el canje a final del 2001 a 1,453,615 LT por dólar.

La dinámica de la tasa de cambio, la inflación, la tasa de interés y el salario real mostraron a los turcos el costo que estaban pagando por el desorden prevaleciente en las políticas públicas de su país. Al no tener el euro y el acceso ilimitado al financiamiento externo comunitario, el caos fiscal y monetario se manifestaba a través de la hiper-devaluación-inflación, altísimas tasas de interés y una caída en el salario mínimo en dólares de 88% entre 1991 y 2001.
A partir del 2002, apoyadas por acuerdos con el FMI, las políticas públicas se movieron a una trayectoria de sensatez. Aunque la LT se depreció en 13.4% ese año, a partir del 2003 comenzó a apreciarse, estabilizándose entre 1,399,998 y 1,342,700 LT por dólar en el 2003-2004. A partir del 1ro. de enero del 2005, las LT fueron redenominadas en Nuevas Liras Turcas (NLT), eliminándose seis ceros, con lo que el tipo de cambio cerró en 1.35 NLT por dólar a final del 2005.
¿Qué hicieron los turcos? Bajaron el gasto público y aumentaron las recaudaciones, lo cual permitió reducir el déficit fiscal de 12.5% del PIB en el 2001 a un nivel de 1.95% durante el período 2004-2014. La deuda del Gobierno, equivalente a 77.9% del PIB en el 2001 cayó a 33.4% en el 2014. La LT se depreció a una tasa anual promedio de 3.7% durante el 2001-2014. Las reservas internacionales pasaron de US$18.7 billones a final del 2001 a US$105.3 en el 2014.

La economía turca ha sido una de las de mayor crecimiento económico del mundo durante el período 2001-2014, con un tasa crecimiento anualizado del PIB real de 4.8%. El PIB nominal pasó de US$196 billones en el 2001 a US$800 en el 2014. El PIB per cápita en US$ corrientes se triplicó mientras que en US$ PPP se multiplicó por 2.3 durante el 2001-2014. El desempleo, a pesar de las sucesivas crisis que afectaron a la economía mundial en este período, pasó de 8.4% en el 2001 a 10.2% en el 2014.

Cuando se compara el comportamiento de las variables macroeconómicas turcas con las griegas a partir del año previo a la adopción del euro por parte de Grecia y el resto de la Eurozona, resultan obvios los beneficios de no contar con el velo de una moneda común que permite esconder desórdenes macroeconómicos debajo de la alfombra tejida con el endeudamiento alocado provisto por los socios eurozonistas. Si el dracma hubiese sido la moneda griega durante el período 2002-2014, la devaluación habría replicado la de la lira turca en el período 1990-2001, y no la de 10.8% anual que exhibió el dracma durante el 1980-2000, mucho menos la apreciación acumulada de 27.4% del euro del 2002 al 2014. Si el dracma hubiese sido la caja de resonancia de dicho caos, hace rato que los gobernantes griegos habrían ajustado las cuentas. Los griegos no han tenido hiperdevaluación, los alemanes y los turcos sí. De ahí el férreo compromiso de los dos últimos con la disciplina fiscal. El euro ha provocado más daño a la economía griega que el causado al Partenón de Atenas en 1867 por el encuentro del cañonazo de las tropas venecianas con la pólvora que los turcos habían guardado en la residencia de Atenea Partenos.

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