¿Tránsito o caos vehicular?

Una fábula cuenta cómo se hierve un sapo sin que se dé cuenta y todo ello con el “poco a poco”. Esto viene a cuenta por el caos generalizado en que se ha convertido, lenta, pero de manera inexorable, el tránsito vehicular en nuestra tierra.…

Una fábula cuenta cómo se hierve un sapo sin que se dé cuenta y todo ello con el “poco a poco”. Esto viene a cuenta por el caos generalizado en que se ha convertido, lenta, pero de manera inexorable, el tránsito vehicular en nuestra tierra. Aunque lejos, aun viven en mi recuerdo las épocas donde en Ciudad Nueva se podía jugar pelota en la calle, porque sobraba espacio y solo de cuando en vez había que detener el partido para dar “paso” al vehículo perturbador de la muchachada.

Hoy la saturación amenaza con desplazar hasta los frentes de las casas. El manejo temerario y con tantos códigos de conducta como conductores hay, deriva en un sistema anárquico en el que la agresividad prima y donde la habilidad compite con la imprudencia ajena y todo ello salpicado de torpedos suicidas sobre dos ruedas.

La pericia individual es responsable de evitar aplastar o embestir a más de un motorista con ínfulas de kamikaze, máquinas producidas en inicio por Japón como venganza oriental por lo de Hiroshima y Nagasaki.

Las leyes de tránsito solo son elementos de referencia cuando de asuntos legales se trata y para la emisión de fallos condenatorios.

El sálvese quien pueda ante el desplazamiento desordenado de los vehículos de cualquier tipo, ha traído la modalidad del “franqueador”, reservado antiguamente a los funcionarios de más alto nivel, solo para poder llegar a tiempo a los compromisos de estado.

Pero también los difuntos tienen derecho al tránsito fluido, aunque sin la prisa por llegar de los oficiales, ante ese caos se impone el método del motorista, facilitando el paso del cortejo.

Definitivamente, el tránsito en el país le queda grande a los organismos que deben regularlo.

La Policía, la gran ausente, con una confusa responsabilidad que el ciudadano no logra entender, y Amet, que con su uniforme verde ecológico y el sombrero del clásico Smokey, mascota del sistema de guarda parques de los Estados Unidos, produce más temor que respeto y “las” más que “los”. No es extraño verlos agrupados e indiferentes en ocasiones o que le caen como pavos al que seleccionan. Cuando hay un nudo en un semáforo activo uno supone que hay un “amé” sustituyéndolo para complicarlo.

La modalidad de romper el diseño del tránsito vehicular, poniendo una fila de conos “agarraditos de la mano”, obstaculiza más que ayuda y demuestra que no hay autoridad para sancionar al violador de las leyes de tránsito y se prefiere el método indirecto.

Es cotidiano que en una esquina de mucho tránsito los motoristas y algunos conductores desaprensivos, contribuyan al caos irrespetando las directrices de quienes tienen la responsabilidad de dirigirlo. Infinidad de situaciones, que no caben en este espacio, se dan en calles y avenidas del país y un psicólogo empírico sustenta la teoría de que el tránsito vehicular es una expresión de la colectividad donde ocurre y aquí parece confirmarse la idea. l

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