Trementina, clerén y bongó

El manicomio es el lugar que siempre tratamos de ignorar y mucho menos visitar al pasar el kilómetro 28 de la autopista Duarte. Ese trayecto se hace lo más rápido posible, para no ver esa humanidad cóncava y resbalosa que podríamos ser nosotros&#8230

El manicomio es el lugar que siempre tratamos de ignorar y mucho menos visitar al pasar el kilómetro 28 de la autopista Duarte. Ese trayecto se hace lo más rápido posible, para no ver esa humanidad cóncava y resbalosa que podríamos ser nosotros mismos.

Un reciente reportaje de Nuria Piera sobre el manicomio, dicho así, manicomio, sin eufemismos, nos muestra las condiciones físicas de insalubridad y de desprecio al ser humano en que se encuentra ese “hospital”. Es el abandono total. Abandono de la sociedad, del Estado, de sus familiares, de los médicos y auxiliares, de Dios.

Una pintura de Indhira Hernández titulada “Trementina, clerén y bongó” nos refiere a la novela de Julio González Herrera y a “Mis 500 locos” de Toñito Zaglul. Unos 60 años después de la obra de González Herrera nuestra humanidad, nuestra sensibilidad y nuestros miedos nos mantienen en el mismo estadio de cobardía hacia ese centro hospitalario. El arte lo trata mejor que la psiquiatría.

Trementina, clerén y Bongó “los tres vocablos del título son una mezcla de alegría y tristeza. Bongó es símbolo de nuestro trópico y de nuestra raza negra. Clerén es la patente haitiana de la destilación de la caña de azúcar, y bebida favorita del autor, causa y efecto de sus frecuentes entradas y altas en el Manicomio, y trementina es también un producto de la destilación de los derivados del pino. Para los psiquiatras es un método de tratamiento más o menos aceptado. Pero para mis quinientos locos era castigo y dolor, porque unos pocos centímetros cúbicos en ambos muslos forman un absceso. En los maníacos exaltados, durante largos años era su único medicamento, y en alguna que otra enfermedad mental en que el paciente ofreciera peligrosidad, también era usada. A mi llegada al Manicomio, era el pan nuestro de cada día, como decía un enfermo”, decía Zaglul.

No debemos dejar abandonados a quienes por química cerebral, genética, drogas, disfunción orgánica o vida social se han ido por otras vertientes del entendimiento del mundo y sus manifestaciones. Un loco es un hombre que mira el mundo desde otro ángulo y desde otras posibilidades. ¿Menos cuerdos que nosotros?, quizás más libres. Vivimos en sociedades que lo menos que tienen es cordura o uso de razón. El mismo hecho de no actuar ante la desgracia del 28 lo confirma.

Hoy, en esta sociedad de zombis que hemos creado, los trabajos de Indhira Hernández en pintura, y de Nuria Piera en televisión nos deberían hacer repensar el trato que le damos a esa parte de la humanidad, que actúa y mira distinto. Locos somos casi todos, y el que no lo es, se lo pierde.

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