Es inevitable el pesar frente a una tragedia como la del naufragio de Samaná. Toca a todos la fatalidad de 50 dominicanos más tragados por el mar y el dolor de sus familias; los viajes en yola que terminan mal nos enrostran las tantas miserias nacionales imbatibles al paso de años y gobiernos.

En solidaridad con ellos me doy el permiso para sentirme triste. Considero importante el ocuparse de estar feliz, siempre hay mucho para agradecer a Dios y la vida. Pero cuando no me es posible, lo que me favorece no es forzarme a estar alegre, sino sentirme tan apesadumbrada como necesite estar.

Hay que dar luz verde a la pena que se siente, luego continuar.

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