Unas frases para despedir a Guín Moya

El ingeniero Diego de Moya Canaán, mi entrañable amigo Guín Moya, fue un héroe del trabajo y de la vida. Acometió él la existencia con la elegancia y el pudor y la grandeza de los titanes homéricos. Adalid del afecto, campeón de los sueños,&#8230

Unas frases para despedir a Guín Moya

El ingeniero Diego de Moya Canaán, mi entrañable amigo Guín Moya, fue un héroe del trabajo y de la vida. Acometió él la existencia con la elegancia y el pudor y la grandeza de los titanes homéricos. Adalid del afecto, campeón de los sueños,&#8230

El ingeniero Diego de Moya Canaán, mi entrañable amigo Guín Moya, fue un héroe del trabajo y de la vida. Acometió él la existencia con la elegancia y el pudor y la grandeza de los titanes homéricos. Adalid del afecto, campeón de los sueños, el trayecto de Guín puede mirarse ahora, más que nada, a modo de una gesta de la dignidad.

Héroe, dijo don José Ortega y Gasset, es quien quiere ser él mismo. Y desde muy joven, Guín entendió su destino. Habría de ser ingeniero, empresario y, en última instancia, el capitán de un enjambre de individuos que aceptaba la protección de su liderazgo y que percibía, asimismo, como un don, la afable y generosa decencia que irradiaba este gran amigo.

La vida está repleta de espacios vacíos. Aún la ingeniería dominicana no ha encontrado las entidades humanas que ocupen los territorios pedagógicos de Leonte Bernard Vásquez, Mario Penzo Fondeur y Moncito Báez López-Penha. La desaparición de Guín Moya, no sé hasta qué medida, nos priva hoy de una de las más altas referencias del trabajo como epopeya de la voluntad y del deseo.

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El ingeniero Diego de Moya Canaán, mi entrañable amigo Guín Moya, fue un héroe del trabajo y de la vida. Acometió él la existencia con la elegancia y el pudor y la grandeza de los titanes homéricos. Adalid del afecto, campeón de los sueños, el trayecto de Guín puede mirarse ahora, más que nada, a modo de una gesta de la dignidad. 
 
Héroe, dijo don José Ortega y Gasset, es quien quiere ser él mismo. Y desde muy joven, Guín entendió su destino. Habría de ser ingeniero, empresario y, en última instancia, el capitán de un enjambre de individuos que aceptaba la protección de su liderazgo y que percibía, asimismo, como un don, la afable y generosa decencia que irradiaba este gran amigo.
 
La vida está repleta de espacios vacíos. Aún la ingeniería dominicana no ha encontrado las entidades humanas que ocupen los territorios pedagógicos de Leonte Bernard Vásquez, Mario Penzo Fondeur y Moncito Báez López-Penha. La desaparición de Guín Moya, no sé hasta qué medida, nos priva hoy de una de las más altas referencias del trabajo como epopeya de la voluntad y del deseo.

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