Veintidós años de espacio

El 10 de marzo de 1990 falleció mi esposa Ruth María en accidente automovilístico en las Américas, mientras en New York,…

El 10 de marzo de 1990 falleció mi esposa Ruth María en accidente automovilístico en las Américas, mientras en New York, entregaba el apartamento donde vivíamos. Su muerte inesperada dejó a la familia sin madre y sin hogar. Éramos seis, cinco hijos y yo, que solo heredamos la necesidad de repartirnos. Nuestro inmenso vacío, desconsuelo, impotencia y desesperanza, sin embargo, fue llenado por la extraordinaria solidaridad de Magaly Rodríguez Taveras, queridísima prima; de Sonia Valenzuela, entrañable amiga de siempre, desconocida heroína de la gesta de abril, y de Claudio Caamaño Grullón y su esposa Fabiola, que trataron a mis hijos menores como si fueran sus propios hijos y a mí como el hermano que necesita de resurrección.

Donde Claudio y Fabiola, hogar cercano a donde ocurrió el fatal accidente, vivieron mis hijos Hugo Daniel y Marcos Issael, entretenidos siempre en juegos  infantiles y faenas de producción piscícola desde temprano que, hoy me dice Sonia Valenzuela, fueron diseñadas por la familia de Claudio para que mis hijos “se incorporaran a una rutina de juegos y sanas distracciones que los evadían por momentos de la tragedia de haber perdido a Ruthy, su madre”.

Un hijo de Claudio y Fabiola, Claudio Francisco, de edad entre Hugo Daniel y Marcos Issael, los míos que convivieron con ellos, fue asesinado en Pizarrete el 10 de marzo de 2012, exactamente 22 años después del deceso de Ruth, por alguien que pretendía matar al amigo con quien departía en un colmadón que Claudio y Fabiola, sus padres, habían abandonado minutos antes. Ningún padre se prepara para perder a un hijo ni para tiempos de guerra, aunque la guerra sí lo obliga. Claudio Caamaño Grullón, sobrino de Francisco Alberto Caamaño Deñó, lugarteniente según la CIA, compañero en el intento guerrillero para derrocar el nefasto gobierno de Joaquín Balaguer, ha pasado por varios intentos de asesinato que ha respondido con incomensurable valor personal e intelectual y preparación militar. Como hombre de paz ha sabido integrarse a la sociedad dominicana y ser hombre productivo y autosuficiente para criar una familia de altos valores que ha sido su orgullo e ideal. Pero, ¡Ay!, ¡coño! Le llevaron a una joya; que administraba su entidad productiva. ¡Su empresa! El símbolo de su éxito socioeconómico.

Así, siempre dudaré de capturas, de confesiones, de juicios. Solo pensaré en componendas, en confabulaciones entre maleantes de la calaña de sus adversarios. Y eso violenta mi sangre de anciano malcriado y quejoso, que de tanto ver injusticias quisiera gozar siquiera una instancia en favor de nuestra nación, aunque en ella tenga que entregar mi vida.

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