Mi verdad sobre las encuestas

He leído el artículo publicado recientemente en elCaribe por José (Dorín) Cabrera en el que rebate algunos segmentos de la entrevista que me hiciera aquel periódico. Reconozco su estilo adosado  a los antiguos autores españoles de los siglos…

He leído el artículo publicado recientemente en elCaribe por José (Dorín) Cabrera en el que rebate algunos segmentos de la entrevista que me hiciera aquel periódico. Reconozco su estilo adosado  a los antiguos autores españoles de los siglos XVI, XVII y XVIII. También, me gusta celebrar los conceptos armónicos y conciliadores de su manera de escribir.

Sin embargo, debo aclararle que mi objeción -que por supuesto se mantiene- no es a la triunfante candidatura a senador que obtuve en Santiago, en la que Cabrera colaboró de alguna manera, sino a la encuesta que él publicó en la que me coloca en último lugar, cuando aspiraba yo a presidir el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), junto a otros cuatro precandidatos.
Estudiantes y profesores universitarios, tan preparados como el que más en las artes de medir la opinión pública, me favorecieron en primer lugar en dos ocasiones.

Vivimos en un ambiente de furia entroncanda y entronizada hacia el alcance del poder por los medios que fueren porque las sanciones, contempladas en las leyes se aplican al revés. Ir al gobierno “para hacerse” es la consigna.

Y uno de los instrumentos para ganar prosélitos es salir bien en una “encuesta”. No importa las marrullas que se apliquen o que las entrevistas se fabriquen en zonas predeterminadas. La  cuestión es demostrar “valía” entre los incautos. Hay mil maneras de sesgar el resultado de la opinión colectiva, sin importar el asunto cuestionado.

Las empresas profesionales, con representantes en varios países, dedicadas exclusivamente a estudiar las preferencias de las poblaciones en los más diversos temas, son las que dan créditos a esos estudios. Las otras, las que no tienen historial ni arraigo, pueden prestarse a connivencias con individuos corruptos. Desde luego, en este párrafo no quiero generalizar.

Tengo en mis archivos las que Cabrera dio a la publicidad y las otras dos que determinaron mi posición señera en mi  propósito de dirigir el PRD.

En este siglo XXI la República ha sufrido una involución. También la hubo en el siglo XX. En ambas centurias las instituciones retrocedieron. No es oportuno retrotraer la historia, aunque siempre se debe recordar que el Partido Azul, del siglo XIX, dirigido por el insigne prócer Gregorio Luperón, apadrinaba los mejores hombres para presidir el Poder   Ejecutivo, en momentos en que se respetaban -en los pocos años en que ejercieron su mandato- las libérrimas decisiones del Congreso.

Que alguien haga un somero estudio histórico y que me diga cuál Congreso dominicano, en el siglo XX, ejercía soberanamente sus indelegables, numerosas e importantes funciones que incluyen, entre otras, la aprobación o rechazo a acuerdos y contratos, el control del presupuesto público y de las acusaciones a ejecutivos, electos o nombrados por decreto.

Cuando todavía me dominaban las ilusiones, en un acto político en Villa Tapia, en búsqueda de la candidatura del PRD para la presidencia de la República, mi presentador nativo del pueblo,  me califica de gran patriota. En mi respuesta, le expliqué al auditorio que mi padre vino de un pueblo cristiano del Líbano y que mi madre, hija de libaneses, era dominicana por haber nacido en Montecristi, y que yo vine al mundo  en Tamboril, provincia de Santiago. Y en un real alarde concluí diciéndoles: Sí, yo soy un patriota, un patriota dominicano. ¡Y a orgullo lo tengo!

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