La vuelta al campo

Por primera vez en muchas elecciones, todos los candidatos le han puesto un alto peso al tema del desarrollo rural y de la agropecuaria. Tres décadas…

Por primera vez en muchas elecciones, todos los candidatos le han puesto un alto peso al tema del desarrollo rural y de la agropecuaria. Tres décadas han pasado desde que alguna administración de gobierno puso énfasis en la agricultura.

El resultado ha sido una sostenida desatención del Estado a la economía rural y agrícola, una caída del gasto público en agricultura, una concentración de éste en las zonas urbanas, y una ampliación de las brechas de ingreso y de bienestar entre quienes viven en las zonas urbanas y quienes viven en las rurales.

Cerca de la mitad de la población rural recibe ingresos de pobreza, comparado con 26% en las urbanas, y una de cada seis personas recibe ingresos de pobreza extrema. De los 3.4 millones de personas con ingresos de pobreza en el país, casi 1.5 millones viven en las zonas rurales, y de las más de 900 mil con ingresos de indigencia, casi medio millón viven en el campo. La “vuelta al campo” es una deuda demasiado vieja con una población que tiene tanto derecho a una vida digna como la urbana. Eso incluye el derecho a un ingreso y a un empleo decente para hombres y mujeres, a una educación y a servicios de salud de calidad, a una infraestructura de caminos, carreteras y servicios de telecomunicación que les conecten adecuadamente con el resto del mundo, a agua potable y a una vivienda digna.

Pero, más allá de los derechos, los cuales deben ser razón suficiente, ¿Por qué es importante lo rural? ¿Por qué apostar al campo? Desde el punto de vista económico, se pueden argumentar al menos cuatro razones.

Primero, porque la agropecuaria es crucial para la seguridad alimentaria. El desarrollo de un sector que produzca alimentos con rendimientos cada vez más altos y que pueda responder oportunamente a los shocks alimentarios es vital para proteger a las personas pobres, especialmente aquellas que no producen alimentos, frente a los embates de precios internacionales como los vividos en 2008. Las estadísticas de ese año revelan cómo, debido a los aumentos de los precios internacionales de los alimentos, la inflación golpeó de forma particularmente severa a los estratos de ingresos más bajos. Si la agropecuaria hubiese podido incrementar rápidamente su producción para reemplazar importaciones caras por una oferta local de menor precio, otra hubiese sido la historia. Así, el bienestar de quienes no producen alimentos depende en parte de las capacidades productivas de quienes producen en las zonas rurales.

Segundo, porque las exportaciones agropecuarias son importantes. En la actualidad, las exportaciones de alimentos y materias primas agrícolas representan más de un cuarto de las exportaciones totales, y una proporción de las exportaciones de manufacturas utilizan materias primas del sector. Además, a pesar de sus retrocesos, la producción para el mercado doméstico es una gran ahorradora de divisas. Como se ha dicho tantas veces, la disponibilidad de divisas, generadas o ahorradas, es crucial para el crecimiento económico. De allí, que la economía de las zonas rurales sea una pieza importante para un crecimiento sostenido de largo plazo.

Tercero, porque el desarrollo industrial depende del desarrollo agropecuario. Con contadas excepciones, las experiencias exitosas de desarrollo industrial en el mundo han contado con el respaldo de un sector agropecuario que se ha modernizado y robustecido. Además de proveer materias primas y participar en la construcción de cadenas agroindustriales competitivas, en esos países el sector agropecuario ha contribuido a incrementar los ingresos rurales, y a expandir los mercados de consumo que hacen viable el desarrollo de la industria. Se ha tratado, por lo tanto, de un desarrollo relativamente balanceado.

Cuarto, porque la protección de los recursos naturales depende del desarrollo rural, aunque no de uno de cualquier tipo sino de uno que apueste por la conservación de los suelos, que proteja la agricultura de montaña, que la transforme para proteger las cuencas hidrográficas y la producción de agua, y que fomente la producción agroforestal sostenible.

En síntesis, el desarrollo rural y de la agropecuaria tiene mucho sentido para todo el mundo. Por lo tanto, a golpe de movilización y presión, hay que obligar a que el discurso se transforme en política pública.

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas