Una lectura filosófica de El Principito, de Gilbert Kieffer

Como una “parábola laica” define el escritor francés, residente en República Dominicana, Gilbert Kieffer, la obra El Principito de su compatriota Antoine de Saint-Expupéry, sobre la que plantea la tesis de que en el relato de temática aparentemen

Como una “parábola laica” define el escritor francés, residente en República Dominicana, Gilbert Kieffer, la obra El Principito de su compatriota Antoine de Saint-Expupéry, sobre la que plantea la tesis de que en el relato de temática aparentemente infantil subyace un aleccionador discurso dirigido a los adultos que fueron niños una vez y olvidaron esa fundamental etapa de la vida.

Kieffer, nacido en Estrasburgo, Francia, en 1953 emprende en su libro una severa crítica a la civilización actual, que tiene en el mercado el eje de todos sus valores sociales. Sus reflexiones se expresan con un diálogo entre los personajes Lambda y Alpha, “el yo de la realidad”, el primero, y “el yo de lo primordial, de lo esencial”, el segundo, atrapados  en “la corriente filosófica de la posmodernidad, la no-filosofía”.

El autor, filósofo de la Universidad de París, traduce el lenguaje alegórico de El Principito a un léxico asimilable para quienes observan críticamente la sociedad posmoderna. El concepto “espíritu” del narrador lo interpreta como la fe en la civilización, valor que desaparece cuando ésta va a desaparecer, como podría ocurrir con la etapa que vive el mundo occidental.

Publicada bajo el sello de Editorial Santuario, la obra de Kieffer nos trae reflexiones sobre la vida, la muerte, el amor, la conciencia y la inconsciencia, con disquisiciones filosóficas de Sócrates, Platón, Descartes, Nietzsche, Deleuze y Derrida.

Describe a Eros como el amor tumultuoso  entre los humanos que vive en el Espíritu. “Este amor es la verdad de los hombres. Y esta verdad postula la unicidad de los seres. Eres único, única, solo porque te amo”.

Bajo la hipótesis del Destino, Kieffer estima que El Principito profetizó lo que surgiría después de la Segunda Guerra Mundial,  la ausencia de valores del mundo actual, en el que “no subsisten más las tradiciones espirituales”, no por un poder totalitario, nazismo, comunismo, sino por “el dominio nivelador del mercado”.

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