Una tragicomedia criollista, con el amor contrariado de los personajes centrales, es la que narra Eudys Moreta en su novela Lupita, que inicia el relato en la fronteriza y legendaria comunidad de Bánica, dispersando a los atormentados amantes por San José de las Matas, San José de Ocoa y Estados Unidos, para reunirlos, esta vez felices, en la boda de los hijos de ambos, unidos por un “destino novelístico”.
Escrita sin grandes pretensiones experimentales, con recursos sencillos propios de la novela clásica, Moreta muestra los prejuicios arraigados en las provincias dominicanas, que apostaban a la extinción de los sentimientos amorosos que surgían entre jóvenes de familias separadas por rancios estereotipos sociales.
Orolino Vargas y Lupita Sánchez se ven forzados a reprimir un voraz romance juvenil, llevando unas vidas paralelas en las que sus parejas mueren en un mismo accidente aéreo mientras sus hijos Melenciano y Malentina, estudiantes becados en España, se enamoran en un avión entre San Juan y Madrid, hasta terminar casados en la parroquia San Francisco de Asís, de Bánica, la tierra de sus padres.
Orolino y Lupita, pese a los sufrimientos atroces, no se dejan destruir por sus tragedias, alcanzando mejor fortuna que Romeo y Julieta, de Shakespeare, superando incluso la dicha de Florentino Ariza y Fermina Daza, en El Amor en los tiempos del Cólera, de Gabriel García Márquez, ya que estos últimos viven su idilio cuando sus cuerpos perdían las fuerzas amatorias.
Los ambientes bucólicos, donde se resaltan valores ecológicos, monumentales y tradicionales, recuerdan a Dafne y Cloe, del griego Longo de la Antigüedad helenística, por la candidez de los amantes en ciernes, aún en estos tiempos contaminados por la competencia y la insolidaridad.
Coincidimos con Juan Martínez Luque cuando afirma que Lupita, “con sus imperfecciones y sus aciertos”, atrapa al lector con sus episodios sorprendentes, creíbles y humanos, arrancados de la más acendrada dominicanidad.
