Observemos a “los observadores”

Desde hace décadas o siglos existen los observadores internacionales. Ahora, quizás como nunca antes, es una profesión tan llamativa como lucrativa, sin importar que las conclusiones de las observaciones sean ciertas o no.

Desde hace décadas o siglos existen los observadores internacionales. Ahora, quizás como nunca antes, es una profesión tan llamativa como lucrativa, sin importar que las conclusiones de las observaciones sean ciertas o no. En estos tiempos, expresar un “yo soy observador internacional” impacta más que decir “yo soy abogado”, “yo soy médico” o incluso “yo soy ministro”. En no pocas ocasiones las grandes potencias los usan para inmiscuirse en los asuntos internos de las naciones en vías de desarrollo, tratando de trazarles pautas, incluso intentando suplantar o dirigir a las instituciones locales responsables del tema observado.

Existen observadores internacionales buenos, no hay dudas, pero particularmente tengo mis sospechas de los que representan organismos con nombres sonoros, analistas con falsos rostros de intelectuales, que osan trazar pautas con aire de superioridad, enarbolando principios en los que ni por accidente ellos mismos creen.

A veces esas bocinas mercantiles tienen un pasado tal, que si se les aplicara lo que exigen, estarían calladitos en sus casas, cuando no en la cárcel. Es toda una hipocresía que necesitamos desenmascarar. Y si eso afecta a un pueblo, guardar silencio colectivo es un acto de cobardía.

Desde una oficina confortable, con tecnología de última generación, algunos datos superfluos y una apreciable subvención, no se llega a la verdad. Todo lo que resulte de allí es errado, con mala fe, y sólo tendrá como objetivo hacer daño.

Es una irresponsabilidad opinar sobre lo que no se sabe, a menos que haya mala voluntad, lo que es peor. Y para colmo cuando las intenciones son nobles, a varios observadores los prejuicios les anulan el juicio.

Lo lamentable es que esas falsedades aparecen en la prensa de los cinco continentes, y quienes las leen les dan crédito, pues a pesar del esfuerzo que se haga para rebatirlas, el ciudadano común confía más en lo que afirma una organización que se presenta como honesta, que en la palabra de un gobierno que defiende su soberanía. Esto debe enseñarnos que debemos tener cuidado con lo que nos dice la prensa internacional con relación a lo que ocurre en otros países. ¿Será cierto eso que leemos o vemos en la televisión? ¿Nos estarán manipulando? ¿Es esa noticia real? ¿Tergiversarán tanto la verdad como lo hacen con Dominicana? ¿Cómo pueden prestigiosos periódico como el The New York Times y Le Monde ser tan superficiales en el análisis del tema migratorio domínico-haitiano?

Mientras tanto, observemos a los observadores que vienen a observar lo que ocurre en nuestra patria. Si los observamos bien, nos percataremos de que algunos no son observadores na’, sino seres que se venden al mejor postor y que buscan destruir y no construir.

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