¿Qué está pasando con los jóvenes en América Latina?

¿Qué está pasando con la situación de los jóvenes en América Latina? Veamos algunos aspectos claves. 

¿Qué está pasando con la situación de los jóvenes en América Latina? Veamos algunos aspectos claves. I. Circuitos de vida desiguales

América Latina es la región con las más amplias brechas de desigualdad del orbe. Las cifras de distribución fueron siempre regresivas en la región, pero la situación empeoró más en los ‘80 y ‘90 bajo el impacto de las políticas ortodoxas.

Ello tiene plena expresión en los jóvenes. Los “circuitos de vida” son totalmente diferentes según el estrato social al que se pertenezca.

Los sectores de estratos altos y medios altos minoría, tienen altos niveles educativos, futuros laborales promisorios, y pueden formar familias estables.

Los jóvenes pobres, amplios sectores en un continente con más del 25% de pobres, tienen vidas marcadas por la falta de oportunidades. Deben trabajar desde temprana edad, sus posibilidades de cursar estudios primarios y secundarios son limitadas, tienen riesgos significativos en salud, no tienen red de relaciones sociales que pueda impulsarlos, no hay crédito para ellos, su inserción laboral es muy problemática, difícilmente logran quebrar la situación de privación de sus familias de origen.

En diversos países los jóvenes pobres están concentrados en ayudar a sus familias a sobrevivir. Ello los lleva a salir a trabajar a edades más tempranas, abandonar la secundaria y con frecuencia emigrar.

II. Educación: ¿oportunidad o ilusión?

La ciudadanía exige educación. En el proceso de democratización las inversiones en este campo han ido aumentando, y se han obtenido considerables progresos en áreas como la masificación del ingreso a la escuela primaria y el fuerte descenso de las tasas de analfabetismo.

Sin embargo, los resultados de los sistemas educativos de la región siguen muy distantes de las metas deseables.

La deserción, la repetición y el atraso están concentrados en los sectores de menores ingresos, y se ha creado una enorme brecha entre ellos y los sectores de más ingresos.

En el 20% más pobre sólo termina el secundario un joven de cada 5. En el 20% más rico son 4 de cada 5. Sólo menos de uno de cada 100 jóvenes del 20% más pobre termina la universidad. En el 20% más rico la finaliza la quinta parte.
Las causas de deserción del 20% más pobre son muy concretas: desnutrición, trabajo infantil, familias desestructuradas, pobreza.

Además hay una brecha de calidad. Las escuelas privadas tienen más horas de clase, docentes mejor pagados, más recursos de apoyo, mejor infraestructura, que las que pueden ofrecer las escuelas públicas.

Incluso al interior de la misma educación pública las diferencias pueden ser significativas.

Los jóvenes de las áreas rurales y de los asentamientos (120 millones viven en viviendas precarias) reciben una educación “pobre”, con menos horas de clase anuales y con pocos recursos de soporte.

En la situación real de parte de América Latina la promesa de educación para todos se transforma en ilusoria para muchos jóvenes. Esto va a reforzar de múltiples maneras las otras inequidades vigentes en esta región tan desigual.

III. Los jóvenes excluidos
Más de uno de cada cinco jóvenes latinoamericanos están fuera del mercado de trabajo y del sistema educativo.

Los excluidos no reciben ingresos o lo hacen muy esporádicamente, con lo que tienen serias dificultades de supervivencia. No logran iniciar una vida laboral, con lo que no están expuestos a experiencias de aprendizaje y crecimiento productivo. Al mismo tiempo su red de relaciones posibles se estrecha fuertemente dado que el trabajo es un lugar clave para nutrirla.

A todo ello se agrega un plano fundamental. Los jóvenes están en pleno proceso de tratar de afianzar su autoestima. La marginación social atenta directamente contra ella. En lugar de fortalecerse se debilita. Ello va a generarles problemas psíquicos, de conducta y de relacionamiento.

Los jóvenes marginales urbanos quedan “aislados”. A ellos se suma con frecuencia la debilidad que tiene su núcleo familiar por los impactos de la pobreza.

Sin modelos de referencia e identidad fuertes a nivel familiar, y a nivel de trabajo, quedan librados al encuentro en las calles con otros jóvenes ubicados en situaciones similares.

Los estudios sobre las “maras”, los grupos delincuenciales juveniles que se han extendido en diversos países centroamericanos, y que integran cientos de miles de jóvenes, informan que cuando se les pregunta sobre porqué ingresaron a grupos donde su vida corre peligro serio, suelen contestar “dónde quieren que estemos, el único lugar donde nos aceptan”.

La exclusión social, junto con la desarticulación familiar, colocan a un sector de la juventud de la región en una situación de “jóvenes acorralados” que ante la falta de respuestas en las políticas públicas pueden sentirse atraídos por las maras y ser reclutables por las mafias de la droga y del crimen organizado.

Es fundamental ver la génesis del problema, y no sólo sus síntomas finales para poder enfrentarlo. Un informe de la Unicef y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (Diciembre, 2004) producto de observaciones de campo en Guatemala, El Salvador y Honduras previno: “Las políticas estatales en la materia deben dirigirse a la satisfacción de necesidades fundamentales, a la creación de oportunidades de vida y al respeto a los derechos civiles y políticos, incluyendo el derecho a un juicio justo”. Resalta que “muchos de los integrantes de las pandillas pertenecen a los sectores más pobres de la población por lo que no tienen acceso a educación, alimentación, habitación, salud, seguridad personal, protección familiar y posibilidades de trabajo”.

Reclama que “este problema no se puede abordar únicamente desde la perspectiva de la seguridad pública”.

IV. Acerca de mitos
La posibilidad de encarar los problemas referidos, y en general de abrir paso a las potencialidades de los jóvenes, requiere en primer término de una mirada que se acerque a ellos tratando de comprender sus singularidades y que procure identificar las causas estructurales de los problemas.

La mirada usual ha tendido a no incluir en la agenda pública sus problemas básicos, y se ha conformado con razonar sobre los jóvenes en términos de ciertos “mitos”.

Ellos oscurecen el camino a realmente “comprender” qué sucede con los jóvenes de la región, y superarlos es ser una vía ineludible para dar pleno paso a políticas y propuestas renovadoras. Veamos algunos de ellos.

Primer mito. Es una juventud sin inquietudes

Un mito de amplia circulación es el que razona en términos de que los jóvenes de hoy no “tienen inquietudes”. Se los llama: pasatistas, superficiales y frívolos.

La situación real es diferente

La problemática misma de la juventud ha tenido muy limitada representatividad en la política, y la inclusión de líderes realmente representativos de los jóvenes ha tendido a ser restringida. Se necesitan prácticas políticas de nuevo cuño, inspiradoras y presididas por la ética para volver a capturar el interés juvenil. Cuando ellas se dan, el mismo surge.

En la región, sectores importantes de los jóvenes canalizan su participación actual por nuevas vías. Hay un aumento de la asociatividad religiosa, la generación de nuevas formas de relacionamiento en el espacio virtual y modalidades asociativas de nuevo cuño de tipo informal.

La supuesta falta de inquietudes esconde muchas veces en el fondo una búsqueda de causas válidas. En cuanto ellas aparecen, los jóvenes están. Esto es muy visible en el voluntariado. Allí el joven tiene una meta clara, cumplir el precepto bíblico fundamental de la solidaridad, se pueden lograr objetivos concretos en corto lapso y hay transparencia. Dirigentes y participantes están movidos por móviles de servicio. Las organizaciones suelen ser abiertas y con alta horizontalidad.

Cuando hay propuestas voluntarias significativas que llegan directamente a ellos, los jóvenes latinoamericanos han demostrado una alta receptividad.
Encabezaron entre otros en los años anteriores la cruzada contra el hambre en Brasil de Betinho, que congregó a más de 60 millones de personas, la acción de Caritas en la Argentina del 2000 al 2002 contra la pobreza, que dio protección a 3 millones de personas en base a 150,000 voluntarios el exitoso programa “Un techo para mi país” en Chile, presente actualmente en 19 países, con 400,000 voluntarios. A todo lo largo del continente, no sólo participaron en grandes organizaciones solidarias, sino que generaron silenciosamente en muchos casos sin apoyo alguno, innúmeras redes y organizaciones de base.

Segundo mito. No se esfuerzan lo suficiente

Según el mito, la de hoy sería una juventud inclinada al “facilismo”, en cuanto se requieren esfuerzos mayores no los realiza. Tampoco les atrae ser emprendedores, innovar, tomar iniciativas. Prefieren la vida sin exigencias. Sus fracasos se deberían en parte importante a características como esas.

Sobre la base de razonamientos de este orden la responsabilidad de los problemas de integración y progreso económico de la juventud recaería en los mismos jóvenes. Pasan de ser problemas estructurales de mal funcionamiento de la economía y la sociedad a resultantes de las conductas de algunas de las principales víctimas de los mismos.

Cuando se compara con los hechos, el mito aparece muy frágil. En diversos países de la región, las generaciones anteriores se desempeñaron en los ´50 y ´60 en sociedades con múltiples problemas, pero en crecimiento y con alta movilidad social. El estudio era una vía regia para el progreso personal. Representaba después una inserción económica significativa. Las pequeñas y medianas empresas eran factibles en mercados en crecimiento y había políticas estatales que las protegían. Las profesiones liberales tenían un campo creciente ante clases medias que se ampliaban. El Estado estaba en expansión y el empleo público era una posibilidad interesante.

En los ´80 y ´90 los jóvenes encontraron un ambiente muy diferente. Economías que tendían a dualizarse con sectores en modernización acelerada, y muchos otros en retroceso. Procesos de desindustrialización como el que se dio en países como la Argentina y otros, quiebra masiva de Pymes y concentración financiera y económica. Reducción fuerte del rol y la dimensión del Estado, cuya planta de personal fue achicándose permanentemente hasta significar en el año 2000 casi la mitad en términos proporcionales que la de los países desarrollados (Carlson y Payne, 2002). Una aguda polarización social que generó entre otros impactos, un fuerte estrechamiento de los mercados internos, cerrando caminos a diversos profesionales liberales. Una contracción de las clases medias y de los ingresos salariales.

En muchos países, la incipiente o significativa movilidad social, fue reemplazada por una rigidez social pronunciada y por procesos de movilidad social descendente que dieron origen a una nueva clase social: “los nuevos pobres”.
En este ambiente, adjudicar éxitos y fracasos a supuestos rasgos casi congénitos de inclinación al esfuerzo o a la pasividad no responde a la realidad. Causas estructurales crearon para la gran mayoría de los jóvenes una restricción severísima en las oportunidades.

Amplios sectores de jóvenes no tuvieron mayor oportunidad de probar si estaban dispuestos a esforzarse y generar iniciativas. La economía no les abrió paso.

Tercer mito. Tienen tendencia a la conflictividad e incluso a la violencia

En las sociedades de la región circula la imagen de que los jóvenes son díscolos, de conductas en muchos casos censurables, básicamente impredecibles. Es como que hubiera que “andar con cuidado” con ellos.

A esto se agrega la percepción en el caso de los jóvenes pobres de que serían “sospechosos en potencia”. Podrían llegar a tener fácilmente conductas delictuales.

Este mensaje básicamente de desconfianza contamina las políticas, las actitudes y los comportamientos hacia los jóvenes en el aula, el mercado de trabajo, el trato de las instituciones públicas y múltiples aspectos de la vida cotidiana. Los jóvenes a su vez lo captan y lo resienten profundamente.

El mito saltea cómo están viviendo los jóvenes en nuestras sociedades en este tiempo histórico y en función de ello qué conductas pueden esperarse de ellos.

El joven latinoamericano tiene motivos fundados para estar “tenso”. Está inmerso en sociedades que no aceptan mayormente como importantes sus problemas y no les dan lugar en la agenda pública. Tiene con frecuencia que dejar de lado inquietudes e ilusiones para estudiar lo que “venda”, sea “colocable”. Sus cifras de desocupación son muy superiores a las generales.
A todo ello se suma la mirada de desconfianza y desvalorización.

Es sano que no acepte convertirse en un ser “totalmente ajustado” a esas condiciones lesivas. Que exprese de diversos modos rebeldía.

La mirada de desconfianza se transforma en una de sospecha directa en el caso de los jóvenes pobres. Un líder indígena joven de la Quebrada de Humahuaca denunció que había allí un delito no tipificado, lo llamó “el delito de portación de cara”. Por ser indígena les pedían documentos y los discriminaban de múltiples formas.

El mito que penaliza de antemano a los jóvenes pobres, y no los entiende ni quiere hacerlo, refuerza una sola vía, la “mano dura”.

Ella ha conducido en diversas realidades de la región a un aumento sideral de los gastos en seguridad pública y privada, y a un sobrepoblamiento de las cárceles. A su vez éstas son con frecuencia, como se ha denunciado reiteradamente no un espacio de rehabilitación, sino de deterioro casi salvaje. No se reforma en ellas a los jóvenes sino que se los degrada mucho más.

Ni el mayor gasto en seguridad ni el aumento de jóvenes en las cárceles han reducido las tasas de delincuencia. No tocan sus causas estructurales.

El mito actúa para muchos jóvenes pobres como la “profecía que se auto realiza”. Los condena a través de la discriminación a exclusiones severas, los hace vulnerables al delito, después les aplica políticas de represión extrema, hasta convertirlos ya degradados y sin casi salida posible en “carne de cañón” para las bandas del crimen organizado.

V. Cursos de acción

Se han reconstruido aspectos centrales del contexto en que vive la juventud latinoamericana actualmente. ¿Qué puede hacerse al respecto?

Muchísimo, si se superan los mitos, se profundiza sobre las causas reales de los problemas y se las ataca. Los jóvenes de la región no son ni faltos de inquietudes, ni carentes de interés en trabajar ni violentos.

Las políticas públicas y la sociedad deben incorporar la juventud como una cuestión fundamental de la gran agenda nacional.

Entre otros aspectos, es necesario fortalecer mediante políticas sistemáticas de protección a su desarrollo la institución familiar ámbito básico de formación de los jóvenes.

Hay que reducir sustancialmente la deserción y la repetición escolar. Deben enfrentarse las agudas brechas de inequidad y generalizar una educación de buena calidad.

Se hace necesario para ello instrumentos acordes con las realidades, como acompañar el sistema escolar formal con entradas para las diferentes edades y situaciones. Es significativo el éxito que comienzan a tener modalidades como las escuelas de reingreso para jóvenes desertores, los clubes de jóvenes y las escuelas abiertas.

El campo del trabajo es crucial. Es fundamental asegurar al joven la oportunidad de un “primer empleo”. Reducir rápidamente esta cifra de tantas consecuencias de jóvenes que no trabajan, ni estudian. Se necesitan políticas públicas muy activas en esto, y el apoyo enérgico de toda la sociedad.

Lograr aumentar fuertemente la tasa de jóvenes que terminan la secundaria debe ser una gran prioridad.

El respaldo al voluntariado puede ser un canal muy importante para convocar y movilizar jóvenes. Es al mismo tiempo un marco constructivo de vinculación social y una escuela de líderes. Estudios internacionales concluyen que los ciudadanos que ya adultos son ciudadanos activos y se integran a todo tipo de actividades de servicio han participado normalmente cuando adolescentes y jóvenes en organizaciones voluntarias (Younis, McLellan y Yates, 1997).

Estos y muchos otros cursos de acción necesarios son viables. Así lo demuestran los progresos en las sociedades que han comenzado a intentarlos.

Desde ya deben inscribirse en esfuerzos generales más amplios de reforma estructural. América Latina, un continente tan pleno en posibilidades económicas y hoy en un tan positivo proceso de democratización, no puede tener los niveles de pobreza y desigualdad presentes.

La América Latina actual desperdicia el potencial productivo de buena parte de su población y de sus jóvenes a través de los mecanismos de exclusión social operantes.

La ciudadanía reclama en forma cada vez más activa reformas de fondo que democraticen la economía, abran oportunidades productivas para todos y conduzcan a una inclusión social universal. Un prominente filósofo contemporáneo, Charles Taylor (1995) razona en su libro Ética de la autenticidad que se observa en el mundo contemporáneo una “desilusión de la vida” en vastos sectores jóvenes.

En su opinión está vinculada con varios factores. Uno de ellos, la pérdida del “sentido heroico de la vida”, de hacer cosas en conjunto por metas de interés colectivo.

Otro que se ha dejado de discutir sobre los fines últimos de la existencia, los objetivos éticos que le dan sentidos. Todo se concentra en una discusión sobre tecnologías y consumos, en otros términos sobre los instrumentos, y ellos han tendido a convertirse en fines en sí mismos desplazando a esos fines últimos. Esto genera confusión y desaliento en los jóvenes.

En tercer término los medios masivos predominantes y otros factores impulsan de hecho la atomización y el aislamiento.

Todos estos males culturales se hallan presentes en la región y en el mundo, y la juventud es particularmente sensible a ellos. Si se acepta su singularidad, si se comprende que lo que quiere es justamente causas donde se recupere ese sentido heroico, fines éticos claros, modelos de referencia personales que significan conductas éticas, recomponer la sociedad, y se le facilitan condiciones familiares, educacionales, de salud, laborales, que reconstruyan su contexto de oportunidades, pueden esperarse resultados asombrosos.

En países latinoamericanos, en cambio, dirigidos hacia economías con rostro humano los jóvenes están recuperando la esperanza y se están haciendo escuchar.

Asimismo, ha llevado al país al liderazgo de la región en inversión en educación, destinando a ella, el 6,47% del Producto Bruto, más del doble que en los ´90.
Han sido muy grandes el descuido, la marginación y el maltrato hacia la juventud en América Latina. El camino a recorrer es muy largo. Estas renovadoras direcciones de trabajo deben seguir profundizándose, y la ciudadanía está reclamando rumbos similares hoy en todo el continente. Los jóvenes indignados en el mundo dicen con toda razón que han sido dejados de lado sin consideración y reclaman su lugar.

En gran parte de América Latina, las nuevas economías, se están convirtiendo en una esperanza y una referencia para ellos, con sus avances para los jóvenes. Se necesita mucho más, pero aquí están ahora en la agenda.

Desigualdades
En América Latina, entre los hijos de padres que no terminaron la escuela primaria, sólo 3 de cada 10 completan la secundaria. Entre aquellos cuyos padres finalizaron la universidad, 9 de cada 10 terminan la secundaria.

Los nuevos líderes
Camila Vallejo (23 años) fue la líder de la gran protesta estudiantil chilena y hoy un modelo mundial de referencia. Asimismo, según señalan los periódicos, es muy bella. Le preguntaron en una entrevista qué sentía al ser tan bella. Contestó: “No elegí ser bella, sí elegí mi proyecto político”.

Los carteles de los indignados
“Vergüenza, vergüenza”. “Yo soy el 99%. No tengo ningún lobbista.” (The New York Times, 7/10/2011).

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